martes, 31 de mayo de 2005

Antecedente V

Cuando te sorbía en aquellos ya lejanos días, sabías a humo y a sal de algas, quizás incluso al acercarme si me fijaba atentamente, a juegos de niños, ruidosos y turbulentos. Y el regusto en mis labios, al cabo de un tiempo, era acre y me recordaba el sabor de los botones de carey de la americana de mi abuelo que abandonaba en la butaca del vestíbulo cuando nos visitaba.
Cuando miro desde la atalaya del presente el extraño cristal del que estaban fabricadas tus excusas percibo un resplandor otoñal un poco desvaído y cursi. Te rozo desde la niebla, amable y áspero abedul y un estertor recorre arriba y abajo, arriba y abajo, mi espalda. Te reflexiono en voluta de opio los domingos por la tarde y las fiestas de guardar, droga estanca que es hoy mi único poso.
Eres perforación en mi vida, aún no decidí si dolorosa, algo incómoda, pero siempre catalizadora y especiada. Enarbolando en soledad cordilleras inalcanzables del espíritu como otros lo hacen con calzones de firma. Tanta diferencia. Tanta dificultad. ¿Que nos resta?

martes, 24 de mayo de 2005

Generalidad IV

Mantenerse de manera continua en la realidad y en la coherencia del momento es una de las tareas más difíciles a la que podemos someternos.

Antecedente IV (La noche)

Al término, el hombre abraza a la muchacha con el despego que otorga lo reiterado, lo conocido. El gozo de ver a través de los dedos se ha reiterado en tantas ocasiones que ya no aporta nada sustancial. Finalmente apaga la luz y se amodorra despreocupadamente en el sillón de la noche, en el plumón de la oscuridad, reclinado brazos y pecho y cabeza en el oscilante bamboleo autónomo que es el sueño.
Más tarde, la luz de la mañana entrará a través de las cortinas de algodón y despertará a aquellos que hacían de la oscuridad cobijo. Serán en ese momento conscientes de sus imperfecciones, del paulatino alejamiento de cánones morales y físicos. Sentirán pudor, un pudor infantil que se avergonzaran en reconocer. Distraídamente el hombre se levantará esperando que ella duerma aún o al menos tenga los ojos cerrados. Bajará la persiana buscando crear una noche artificial. Pensará y sonreirá al hacerlo, que podría haber evitado el pequeño drama, si ella compartiera su miopía. Pero la vista de la muchacha será tan clara como sus ojos.

lunes, 23 de mayo de 2005

Desesperanza anónima, extremo consuelo

Sobre la pequeñez sórdida de la ventana, gastado más por los años que por el agua de lluvia, hay un viejo anuncio holandés de tabaco de pipa. Está literalmente pegado, formando una unidad indisoluble, un nuevo objeto en este microcosmos caribeño. El cristal parece estar tan sucio como el resto de la habitación. Al pensar en ello, agradezco que no puedas recriminármelo. De cualquier modo y a mi pesar, acodado en la mesa, miro el exterior a su través esperando que llegue la hora del funeral. Espero y recuerdo. Recuerdo y escribo. No puedo evitarlo. No sé porqué lo hago. Y no sé porque lo hago para ti. Me ha parecido lo más natural. Empecé a escribir sin más. No veo por que no. Tampoco hay nada mejor que hacer aquí hasta que sea la hora de marchar.
El tiempo de la tarde ha transcurrido sosegadamente, a ritmo de buril. El sol de por allá, creo, era igual de huidizo y ladino; por las fechas imagino que ahora estará calentando el adobe de la casa de tus padres. Todo se desdibuja con los años y lo lamento. Aunque por otra parte, ya casi nada duele y eso es bueno.
Estabas guapa, flaca, la última vez que te vi. Si supieras cómo añoro la imagen de tu madre preparando aquella tarde las torrijas para la fiesta de la santa. Revolución o muerte, dicen acá, son otras religiones, otros santos patrones pero no es lo mismo.
Pensando en el incienso de la ermita he mirado hacia fuera y he visto a algunos turistas pasar prepotentes o lo que es peor, indiferentemente, sobre las colas de los ultramarinos callejeros. Ganas dan de repartir estopa. Pero no, casi nunca pasa nada, es este un pueblo de orgullo elegante y hasta incluso un poco distraído y no acusa los atropellos. También influye la policía, pero es otro tema.
No recuerdo si te hablé antes de Ciro, qué pavada, pues claro que no, nunca lo hicimos desde entonces y es imposible que le conozcas. Entre roncito y roncito le conocimos, al recalar desde Buenos Aires y nos hicimos grandes amigos. Gran persona este arquitecto metido a taxista y a buhonero y a músico ambulante por necesidad. Por pura hambre. Cuánta cultura desaprovechada. Un día, al cabo de los meses, fuimos a su pieza como invitados. El gesto de su madre ante los extraños, fue inmediato. Sacó del merito cajón de la vieja cómoda la única bombilla de la lámpara. Cómo no regalarle hasta el calzón el día que llegaba algo de plata de España (casi creí que lo ofendería, así de digna es esta hembra cobriza). Me gustaría que pudieras conocerles, pero, en fin.
En casa, por la fiesta de la santa, recuerdo que la limonada alegraba el estómago en espera de sensaciones más fuertes que solo podían pagar el boticario y los empingorotados de su cuadrilla; por acá venden el salpicón de langosta a dólar y medio; eso sin regatear, a precio de turista atontado. Y es más del salario de un mes. Si lo vieras.
No todo es malo, flaca. En las calles la atonía que otorga la pérdida moral y el calor del Caribe dan a estas vidas un componente de sexo que de purito vívido se diría se respira. Mulatas con cuerpo de debla y rostro áspero se cimbrean de un modo tan natural como los chopos de la ribera donde solíamos pasear. ¿Te acuerdas? (Vamos guapazo, yo te haré lo que no te hizo ella) A mis años. ¿Tú ves?
Acá todo huele a revolución, hasta la cerveza lleva el nombre de algún indio precolombino que ya debía ser revolucionario sin leer a Marx. Lo cierto es que opresión ha existido siempre, eso sí. Hoy veo negros de cuerpos atléticos (hay pocos gordos por las calles), que piden el ron con cola, acá es como el vino para ustedes, mesándose una barba inexistente y rebanando con el gesto del índice la nuez: Un cuba libre que dicen, pero esto ya lo sabrás, imagino.
Sería bella esta isla si las gentes pudiesen enfermar con medicinas y morir con ataúd. A pesar de ello es realmente muy hermosa, aunque parezca una contradicción. Me gustaría que pudieses ver tantas cosas, flaca. Los peces, por ejemplo, no se asustan de uno cuando se nada entre las rocas, sencillamente se apartan; viven y dejan vivir. Ah, si hubiéramos conocido antes esta filosofía, verdad, flaca. Y por otra parte todo es ilegal y ficticio: a poco que uno busque, encuentra reboticas y mercerías transformadas en bares con un cajón de madera que siempre parece el mismo al surgir inopinadamente bajo el mostrador. De un tiempo a esta parte ya no siempre echan los cierres de la calle por precaución. Da lo mismo. Para lo que hay.
Trabajadoras que lían cigarros diez horas al día prefieren cobrar en puros antes que dinero que no sirve salvo para comprar en tiendas desabastecidas; los primeros tal vez se vendan en el mercado negro antes de que se sequen, en las segundas sólo se encuentra desengaño y rabia sorda. Hay mucha y llegará un momento en que no sabrán qué hacer con tanta.
Si pasearas conmigo, ya no verías los muros de adobe de la tapia del cementerio como hacíamos al caer la tarde. Verías enormes coches americanos y checoslovacos que son casi de lujo en su herrumbre y en la imaginación de sus dueños por hacerlos avanzar. Viejas casas coloniales que se caen a pedazos con sus antiguos dueños sentados a la puerta. Las gentes remiendan tanto su orgullo como sus ropas en esta tierra. Más incluso. Y ambos harapos les sientan bien.
Leyendo esto tal vez entiendas algo la esencia de contradicción de esta tierra. Lo más seguro es que no; porque ésta isla es un caos, una mezcolanza que rumia carteles revolucionarios pintados hace tres décadas y jineteras de pasiones cansinas que son una unión genial de carne y granito. La vida, la real, tan distante a menudo de la oficial, pulsa en la catacumba de manera incontenible, bajo una apariencia mineral que a nadie le importa demasiado. Tal vez, tan solo a mí, emigrado contra corriente, desheredado y solitario. Las noticias se momifican a diario bajo los embates del salitre y de una luz tan blanca que no terminas de creértela del todo. Quizás me entiendas mejor si te digo que esto sería casi el paraíso a poco que lo dejasen. Si lo piensas está a un jeme de lo que nos pasó a nosotros.
No sé exactamente por qué recuerdo todo esto precisamente ahora mirando entre cristales sucios. Tal vez sea precisamente por ello.
Los gritos que recorren los pasados de cada cual están hechos de canciones suaves y de lamentos que juegan en los campos de la memoria y nos tienen bien cogidas las vueltas de la cerradura del corazón. Salen y entran cuando les parece y lo peor es esa insistencia en golpear en el mismo rincón. Y hacer sangre sobre la sangre coagulada ayer mismo.
Fíjate: anoche recordé la mañana que estrenaste la blusa colorada que te regalé (Está linda la flaca, pibe, dirían en Corrientes) Ahora, viste, me da por recordar el día de la fiesta grande, no hay quien me entienda, de veras. Perdona, flaca.
Últimamente, sabes, apenas pienso en la carne, en el futuro, en todos los hijos que no tendremos. Miguel, un amigo, dice que esto ya está dicho hace tiempo; pero que carajo, sigue siendo verdad y ahora es mío porque me pasa a mí. Es un alivio, pero a veces no estoy seguro de no haber perdido la vida misma. La pequeñez de los campos verdes me ahogaba. Es cierto. Hoy respiro la libertad de las calles atestadas. Tal vez añore algo. No lo sé. En parte ya da un poco lo mismo. Pocas cosas me han vuelto a interesar, a apasionar desde que me marché tan de súbito. Tuve que hacerlo, flaca, eso pienso, eso me repito por las noches cuando los demás duermen y yo lo intento. Pero en algunos ocasos especialmente montunos y bobos dudo y me digo si no será un error todos estos años desde entonces. ¿Será por eso que ando cabizbajo los domingos cuando no hay nada en que ocuparse salvo caminar hasta el malecón rumiando? En fin, ya no tiene remedio.
Creo que te mandaré esta carta. Estoy pensando que no sería malo comprar unos sellos y mandarlo a la valija. Espero que no te molesten estas líneas al cabo de tanto. Tenía que echarlo fuera, flaca; tú me entenderás, lo sé, si no cambiaste mucho. A veces se te encarama una roca al pecho y hay que lanzarla fuera muy de veras porque si no, se abre paso entre la piel y se te disuelve dentro. Después amanecen días en que todo te agota y te duele. Y eso no, flaca, eso no. Ya pasamos lo nuestro en su momento.
No importará mucho que la tires sin abrir siquiera, da lo mismo. Para lo que valía, ya está cumplida. Pero espero que no lo hagas y recuerdes aquella fiesta de la santa en la que no volví a casa y desde la que no te he vuelto a ver. Cuídate mucho y, si no te duele demasiado, acuérdate alguna vez.



P. D.: Por cierto, te dará lo mismo porque no le conoces, pero anoche tronaron al hermano de Ciro en el malecón por un asunto de dólares. Los exilados siguen culpando de todo a Fidel y aquí los que mandan siguen mirando desde arriba. No me importa gran cosa. Tampoco entiendo de políticas. Nunca he creído que el mundo vaya a cambiar de un día para el otro. Tan solo sé que tengo un entierro hoy y no tengo maldita la gana de ver llorar. Verdaderamente, ahora que lo pienso, no creo que estuviese de más limpiar los vidrios. Aunque, por otra parte, para lo que hay que ver fuera.

lunes, 16 de mayo de 2005

La dignidad

Con el rostro cubierto de musgo aparecéis ante mí
Con el cuerpo cubierto de escamas y la voz hendida.
Con las manos llenas de la savia de lodo que nos dais a beber.

Pero tal vez es lo que sembré sin darme cuenta.
O dándome cuenta, tal vez.
Es posible que sea lo justo, lo adeudado.
No me quejaré por tanto.
Callaré mientras las raíces ahondan su búsqueda.
Nada diré mientras me florecen las espinas nuevas.

viernes, 6 de mayo de 2005

Nueva leyenda Dorada, próxima a la lluvia.

Leyenda en tono jocoso (pero menos) del catódico santo y héroe Cantamañanas, el temible monitor de plasma y la nuera del rey, enmendando la plana al amigo De la Vorágine, que en santa compaña se halle.

En cierta ocasión, hace largas calendas, llegó nuestro héroe Cantamañanas, aún no santo, a una ciudad llamada Madrid, en la provincia de Madrid, en la comunidad autónoma de Madrid en una tierra que en tiempos se llamó España y ahora era la nación española, así en minúsculas y tal, por eso de no herir sensibilidades. Cerca de la población, como decimos, había un hermoso centro comercial tan gigantesco y lleno de artículos de consumo, tan necesarios y tan absurdos todos, que aquel mar de inmundicias relucientes y llenas de botones no podía ser evitado por ningún viajero que pasase cerca de sus orillas. Aquello si eran sirenas y cantos y no las griegas aquellas y sus birriosos escollos. En él todos querían perderse y anegarse en las deudas y los números colorados y navegar con las velas de las visas, que de hermosas, eran hasta eufónicas y no hay más que leerlo de nuevo. Velas. Visas. En fin, al tema.
Pues bien, en dicho océano, se ocultaba un monitor de plasma tan horrendo, de tal fiereza y tan descomunal tamaño (casi cincuenta mil pulgadas, píxel arriba o abajo), que tenía atemorizadas a las gentes de la comarca, pues cuantas veces intentaron comprarlo o incluso robarlo al descuido tuvieron que huir despavoridas a pesar de que iban fuertemente armadas con mandos a distancia multifrecuencia de última generación y tarjetas de crédito de todos los colores y tamaños. Tal era su precio y su impuesto del valor añadido. A todos causaba pavor su enorme, pero al tiempo cómodo y era éste un grande misterio, pago aplazado. Además, el monitor de plasma era tan sumamente pestífero, que el hedor que despedía llegaba hasta los muros de aquella ciudad legendaria llamada Madrid y con él infestaba a cuantos trataban de acercarse a las orilla de los “parkings” de aquel, como decimos, famoso centro comercial.
Los ciudadanos de Madrid, que aún se llamaban madrileños aunque ya pensaban en cambiarse el nombre por alguno menos ofensivo, arrojaban al centro comercial cada día dos docenas de dvds con grandes éxitos de “cine de barrio” y una arroba de programación nocturna para que el monitor de plasma engullese y los dejase tranquilos, porque si le faltaba el alimento iba en busca de él hasta la misma muralla de la ciudad, los asustaba con la contraprogramación de pago y con el share, y con la podredumbre de su hediondez, contaminaba el ambiente y causaba la muerte a muchas personas que también tenían sensibilidades blanditas y todo eso, que ya es mala suerte nacer con esa desdicha.
Al cabo de cierto tiempo los moradores de la región se quedaron sin dvds o con un número muy escaso de ellos, y como no les resultaba fácil conseguirlos de nuevo en los vips o en el corte inglés, todos comenzaron a temer por las pocas e imprescindibles colecciones de Martes y Trece o de los Morancos que ocultaban en dobles techos y falsas paredes como único sustento de sus senectudes. En ese estado de cosas, celebraron una reunión multitudinaria en la M-30 con su rey en la mediana y en ella acordaron arrojar cada día al parking del centro comercial, para comida de la bestia, un solo paquete de dvds de Operación Triunfo “Primera edición” y de Gran Hermano “Grandes momentos” y como a pesar del gran valor (eran de los pocos que aún guardaban celosamente la Biblioteca Nacional y la SGAE) y antigüedad de dichas reliquias era muy poco para la bestia, se decidió acompañarlo de una decena de espectadores / espectadoras teleadictos / teleadictas (porque el monitor era completamente contrario al uso del lenguaje sexista), y se decidió a telemando alzado (un hombre un mando, un mando un voto) que la designación de éste o esta se hiciera diariamente, mediante sorteo público en el bonocupón o similar, sin excluir de él a nadie. Así se hizo; pero llegó un momento, pasando los años, en que casi todos los habitantes habían sido devorados por el monitor de plasma. Cuando ya quedaban pocos, un día, al hacer el sorteo de la siguiente y lastimera víctima, la suerte recayó en la única nuera del rey, su más preciado tesoro. Entonces éste, profundamente afligido, propuso a sus súbditos:
-Os doy toda mi colección de motos de gran cilindrada y todas mis plumas de firmar leyes aprobadas en el congreso y titulaciones universitarias y hasta la mitad de mi reino si hacéis una excepción con mi nuera. Yo no puedo soportar que muera con semejante género de muerte.
El pueblo, indignado y siempre querencioso de las revoluciones, de las juergas y poco amante de las cosas regias y encumbradas, replicó:
-No aceptamos. Tú fuiste uno de los primeros quien propusiste que las cosas se hicieran de esta manera. A causa de tu proposición nosotros hemos perdido a nuestros yernos y nueras, y ahora, porque le ha llegado el turno a la tuya, pretendes modificar tu anterior propuesta. No pasamos por ello. Si tu nuera no es arrojada al centro comercial para que se la coma el horrendo monitor de plasma como lo han sido hasta hoy tantísimas otras personas, te tiraremos bombas de fabricación casera como a tus antepasados hasta que abdiques y te exilies.
En vista de tal actitud irredenta y asilvestrada el rey comenzó a dar alaridos de dolor y a decir:
-¡Ay, infeliz de mí! ¡Oh, dulcísima nuera mía! ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo alegar? ¡Ya no te veré realmente divorciada, como la realeza británica que era mi real deseo (nunca mejor dicho lo de real, aunque tal vez con algo de abuso)!
Después, dirigiéndose a sus ciudadanos les suplicó:
-Aplazad por ocho días el sacrificio de mi nuera (siempre es bueno algo de rollo cabalístico y pitagórico, ¿Por qué ocho y no veintitrés?), para que pueda durante ellos llorar esta desgracia como corresponde.
El pueblo del foro que siempre ha sido un poco anarquista y acratón, pero con un gran sentido de la incongruencia histórica y que siempre ha sabido jugarse el tipo por testas coronadas que no se lo merecían cuando fue la ocasión, se apiadó y accedió a esta petición; pero, pasados los ocho días del plazo, la gente de la ciudad trató de exigir al rey que les entregara a su nuera (que acababa de llegar de Baqueira con un moreno a lo osa panda) para arrojarla al centro comercial, y clamando, enfurecidos, ante su palacio decían a gritos:
-¿Es que estás dispuesto a que todos perezcamos con tal de salvar a tu nuera? ¿No ves que vamos a morir infestados por el hedor del monitor de plasma que está detrás de la muralla reclamando su alimento?
Convencido el rey de que no podría salvar a su nuera, la vistió con ricas y suntuosas galas y abrazándola y bañándola con sus lágrimas, decía:
-¡Ay, nuera mía queridísima! Creía que ibas a darme larga descendencia, y he aquí que en lugar de eso vas a ser engullida por esa bestia. ¡Ay, dulcísima nuera! Pensaba invitar al bautizo de tu primogénito y mi heredero a todos los reyes y príncipes (ahora está más de moda llamarlos mandatarios, tú sabes) del universo mundial y adornar el palacio de Oriente con margaritas de Sibila y cretonas de Armani y hacer que resonaran en él músicas de órganos y timbales. Y ¿qué es lo que me espera? Verte devorada por ese monitor de plasma. ¡Ojala, nuera mía, -le repetía mientras la besaba- pudiera yo morir antes que perderte de esta manera! (Pero en este último punto tampoco insistió demasiado, la verdad)
La anteriormente conocida como presentadora (como aquel que antes había sido Prince) se postró ante su padre político y le rogó que la bendijera antes de emprender aquel funesto viaje. Vertiendo torrentes de lágrimas, el rey la bendijo; tras esto, la joven salió de la ciudad y se dirigió hacia el centro comercial, dejando tras de sí las murallas de Madrid que estaban llenas de ciudadanos expectantes, porque a falta de programas, bueno es el morbo real, aunque menos.
Cuando llorando caminaba a cumplir su destino, Cantamañanas (que ya se hacía de rogar en entrar en la historia) se encontró casualmente con ella y, al verla tan afligida, le preguntó la causa de que derramara tan copiosas lágrimas.
La consorte principesca le contestó:
-¡Oh buen joven! ¡No te detengas! Sube al próximo pelas que pase a tu lado y huye a toda prisa, porque si no también a ti te alcanzará la muerte que a mí me aguarda.
-No temas, bella y delgada nuera -repuso Cantamañanas-; cuéntame lo que te pasa y dime qué hace allí aquel grupo de gente acodadas en las murallas que parece estar asistiendo a algún espectáculo o cosa parecida.
-Paréceme, piadoso joven -le dijo la doncella- que tienes un corazón magnánimo. Pero, ¿es que deseas morir conmigo? ¡Hazme caso y huye cuanto antes!
El futuro santo catódico insistió:
-No me moveré de aquí hasta que no me hayas contado lo que te sucede.
La muchacha le explicó su caso, y cuando terminó su relato, Cantamañanas le dijo:
-¡Nuera ilustrísima, no tengas miedo! En el nombre de Cristo y de Benedictodieciseis yo te ayudaré.
-¡Gracias, valeroso soldado de la verdadera fe! -replicó ella- pero te repito que te pongas inmediatamente a salvo si no quieres perecer conmigo. No podrás librarme de la muerte que me espera, porque si lo intentaras morirías tú también; ya que yo no tengo remedio, sálvate tú.
Durante el diálogo precedente el monitor de plasma sacó uno de los altavoces (ya que era un auténtico monitor estereo, dolby surround 5.1) de debajo de las aguas, braceó con los cables (es decir cableó) hasta la orilla del centro comercial, salió al cemento del parking y empezó a avanzar hacia ellos. Entonces la doncella, al ver que el monstruo se acercaba, aterrorizada, gritó a Cantamañanas:
-¡Huye! ¡huye a toda prisa, buen hombre!
Cantamañanas, de un salto, se acomodó en el peseto tuneado que acababa de pasar a su lado, se santiguó, se encomendó a Dios y a la santa tradición, enristró su móvil lleno de melodías con sonido real que había descargado de los anuncios de Crónicas marcianas, y haciéndole vibrar en el aire y espoleando a su nueva cabalgadura, ajustó el GPS, bajó bandera y se dirigió hacia la bestia a toda carrera, y cuando la tuvo a su alcance hundió en su cuerpo el móvil de tercera generación y la hirió mortalmente. Acto seguido echó pie a tierra y dijo a la joven:
-Quítate el cinturón y sujeta con él al monstruo por el pescuezo. No temas nada procaz en mi mandato, bella nuera; haz lo que te digo.
Una vez que la joven hubo amarrado al monitor de plasma de la manera que Cantamañanas le dijo, tomó el extremo del ceñidor como si fuera un ramal y comenzó a caminar hacia Madrid llevando tras de sí al monitor de plasma que la seguía como si fuese un perrillo faldero. Cuando llegó a la puerta de la muralla, el público que allí estaba congregado, al ver que la doncella traía a la bestia, comenzó a huir hacia las cavas, altas y bajas, y al campo del moro dando donde aún había parejas de esposos haciéndose el reportaje gráfico – a saber: dvd y fotos con cortinillas y virados ridículos-, dando fuertes voces y diciendo:
-¡Ay de nosotros! ¡Ahora sí que pereceremos todos sin remedio!
Cantamañanas trató de detenerlos y de tranquilizarlos.
-¡No tengáis miedo! -les decía-. Dios me ha traído hasta esta ciudad para libraros de este monstruo. ¡Creed en Cristo y bautizaos! ¡Ya veréis cómo yo mato a esta bestia en cuanto todos hayáis recibido el nuevo bautismo!
Rey y pueblo se convirtieron a la nueva realidad de las televisiones libres y gratuitas y, cuando todos los habitantes de la ciudad hubieron recibido el bautismo, Cantamañanas, en presencia de la multitud, del emperador Polanco, del grupo Recoletos, de la presidenta de la comunidad y del malquerido alcalde y su pregonero de fiestas, abrió su móvil de doble hoja y cámara de un mega con flash y con él dio muerte al monitor de plasma, cuyo cuerpo, arrastrado por cuatro parejas de iPods, fue sacado de la población amurallada y llevado hasta un campo muy extenso que había a considerable distancia en la que fue pasto de jóvenes cibernautas descerebrados que posteaban los mods del Doom 3 y del Half Life 2 en aquel preciso momento. Fue un final horríbilis, como el año de la reina albiona, tiempo ha.
Tres millones de espectadores se bautizaron en aquella ocasión. El rey, agradecido, hizo construir otra enorme antena en forma de pirulí (pero esta vez la diseñó Calatrava por eso de no ser menos que la ciudad condal que ya se había llevado la liga y no era cuestión), dedicada a Santa María de la Cope y al propio Cantamañanas. Por cierto, que al pie del altar de la citada antena comenzó a manar una fuente muy abundante de agua tan milagrosa y llena de hertzios que cuantos enfermos de información bebían de ella quedaban curados de cualquier dolencia que les aquejase, apareciendo milagrosamente tan desinformados como niños de tres años y en la misma santa pureza para recibir las nuevas verdades.
Igualmente, el rey ofreció a Cantamañanas una inmensa cantidad de royalties que el santo no aceptó, aunque sí rogó al monarca que distribuyese la fabulosa suma entre los pobres, editando el “making of”, “las tomas falsas”, los politonos de la batalla y los fondos de pantalla correspondientes. Unos pingües maravedíes eso sí que a todos satisficieron.

jueves, 5 de mayo de 2005

Antecedente III (Incongruencias)

Tengo una compañera que salió el viernes a la hora de la cena con destino a Gandía buscando librarse de los atascos que prometía el puente madrileño. Llegó a las seis de la madrugada, despuntando el nuevo día sobre un mediterráneo que no pudo ver por la asfixiante cantidad de rascacielos y turistas. Había inaugurado un nuevo tipo de atasco: el nocturno. Siempre es bueno innovar.
El portero de mi casa lleva un mes de pruebas médicas y hospitalizaciones de quita y pon. Se le inflamaba el abdomen, tenía fiebres intermitentes y no se podía imaginar nada más que lo peor a medida que iba recibiendo nuevas informaciones de la curia médica. Finalmente parece ser que el causante era ese maldito gusano de nombre japonés y afición a las nécoras y a la merluza de pincho. Hoy al marchar hacia el trabajo le he visto celebrarlo con un cigarrillo americano. Nada como relajarse tras la tensión.
Mis vecinos de la puerta de enfrente tienen todas las papeletas para ser unos señoritos andaluces de los de antes. A saber, balconcito en Semana Santa, caseta privada en la feria y palco en la Maestranza con los amigos. Pero hete aquí que manejan holgadamente la sorprendente idea de que el vestíbulo de entrada a las viviendas es en realidad el cuarto de las basuras. Nos sacan a los sufridos vecinos las bolsas del Caprabo atadas con el nudito llenas de las raspas y las mondas. El vestíbulo realmente huele como si fuera cuarto de basuras. Menos mal que mi mujer se ata los machos mejor que yo. Tendré que abrir muchas cafeteras y colgar muchos cuadros para compensar.
Tengo también, un grupo de amigos que hacen del gañido y del plañir profesional, diversión del sábado noche que practican con denuedo y sin sentir fatiga o abandono en ocasión ninguna. Cierto que el trabajo es mal bíblico, pero parecen olvidar que con la oportunidad de mejora frente a la mano, todos han dicho que nones. ¿Será verdad que la memoria es selectiva? ¿Y voluntariamente selectiva?

miércoles, 4 de mayo de 2005

No importa

Llegaron nunca supimos de donde.
Extendieron jergones y durmieron entre nosotros sin percibirlos y al despertar notamos sus presencias nuevas.
Nunca llegamos a entender por qué vinieron.
Llegaron tan solo. Simplemente, sin necesidad de mayor sentido.
Traían entre sus manos la niebla vieja de cien mañanas entre trigales verdes y en sus párpados los soles más brillantes, las noches más insomnes.
Añadieron piedra sobre piedra sin casi hacer ruido, arañando dulcemente la voz a las aguas limpias que les cubría.
Las gentes del país se les unieron. Venían de todas partes. Todos construyeron.
Piedra sobre piedra.
Agua por entre el agua.
Y construyeron la casa, el templo, la plaza, las calles, el camposanto.
Y plantaron alrededor laureles y retamas.
Y los pájaros de nombres raros cantaban muy fuerte, tal vez como siempre lo habían hecho pero jamás hicimos por parar a escuchar su voz.
Y al marcharse tan blandamente como llegaron todos sentimos que éramos algo menos infelices y menos sabios que al despertar.
Pero sinceramente ya no nos importó mucho.