miércoles, 10 de agosto de 2005

Antecedente VIII (Tesela)

El espectro, ese fantasma cariñoso que pende desvaído del escote de tu blusa, es incorpóreo como un guiño neblinoso.
Tiene seda engarzada, manos, luces, caricias asustadas.
Es el sentido de lo que fue y se resiste a no ser.
Son posibles pasados que sepultos y no natos, agonizan.

La sombra, matiz de lo corpóreo, se asemeja en lo sutil a las caricias que se dan sentidas en pasado.
El tiempo nos aleja del cuerpo que consintió en provocarlas.
Es, en cierto modo, remedo de la vida que fluye.
De la vida que se aleja.

lunes, 1 de agosto de 2005

No estoy nunca solo

Cuando puedo, es decir casi nunca, ando despacio, morosamente por las aceras de las calles de la gran ciudad. En esos raros momentos voy alegre, despreocupado, tropezando con objetos y personas que los demás no ven y a lo mejor por eso no tienen necesidad de tropezar. Es normal por otra parte, porque vengo de un paisaje que esconde mares entre tesos y cereales. Tampoco se ven sin cierto esfuerzo. Y eso, créanme, genera hábito.
Cruzo como digo por entre los cuerpos de los que en el pasado ocuparon el mismo espacio que en cada paso ocupo yo en ese presente bullicioso. Los percibo y, al entremeterme entre su esencia, no me canso de pedirles disculpas y saludarles afablemente. A veces son personas, otras son simplemente cosas, muros, enseres, habitaciones... Procuro andar con suavidad para no ocupar demasiado espacio. Para que ellos también lo tengan sencillo y no tengan que circundarme y lleguen tarde a sus obligaciones de espectros. Que también tendrán digo yo.
Los que vengan transitando tras de mí, en un futuro tal vez no tengan mis problemas. La señora ceñida en carnes que viene a mi estela, por ejemplo, con su carro de la compra abarloado, perfectamente ajena a mis sombras, ignora el motivo por el que camino inclinando cortésmente la cabeza, a un lado y a otro, como si quisiera saludar a todos los adoquines de la calle. Me compadece. Y no tiene motivo porque son mis vecinos de la memoria a los que solo vemos los interesados, los que andamos ensimismados y amables agitando manos y cimbreando cabezas.
Y así voy tan a gusto, se me va pasando el tiempo. Y no estoy nunca solo.