Introducción al mantra que abre horizontes y llena los ojos de corrientes marinas:
Rebullo a veces en los recuerdos y veo viejas fotografías color sepia de las tierras extrañas en las que imaginaba aquellos cuentos que leía de niño. Lugares desde los que me hablaban voces sorprendentes que persisten con tonos que inventa mi memoria.
Había lianas creo (disculpad, pero invento al recordar), monos aulladores, playas blancas de arena de coral, manglares, humedales mefíticos, tatuajes de henna, aborígenes de papúa, sillas de montar con herrajes en plata y noches coloniales de luna llena.
Expandiendo la mente, los sentidos que todo lo experimentaban ilusoriamente, imaginando colores y olores. Que diferente, que igual de las geografías locales que en estos días nos constriñen y nos identifican como orgullosos paletos de casino.
¿Recordáis que sonidos había en aquellas palabras que resonaban en el aire, aromas de cacao, de tierra húmeda, del estiércol de las aves de colores, de las flores raras entre las que bailábamos hace veinte años?
Hagámoslo otra vez con la eufonía de estos bellos nombres, bellos sustantivos, hermosos animales.
Mantra que abre horizontes y llena los ojos de corrientes marinas:
Pronuncien en silencio, en voz queda y dejen salir el recuerdo lentamente expirando las palabras: Vendrán aromas nuevos con las corrientes del Caribe, de la Florida, de las Antillas, de las Bahamas, de la Guinea, del Golfo de Méjico, del Atlántico Norte, de las Azores. Vendrán con la subtropical del Mar del Norte, con la del Alisio, con la Atlántica de Noruega, con la de Spitzbergen, con la de Nueva Zembla, con la de Litke, la de Irminger, con la occidental de Groenlandia, la del Labrador, del Sur, la del Brasil, del Cabo de Hornos, de Benguela, con la de Kuro Shio, la de Oya de Shio, la de las islas Kuriles, la de las Aleutianas, la de Kanchatka, la de Alaska, la de la California, la de Australia, la del Perú, la de la costa oriental de África, la de Mozambique, del Mar Indico, de las Agujas, la del Antártico.
Respiren hondo y abran los ojos. El mundo se ha expandido un poco. Disfrutemos un momento antes de calarnos de nuevo la boina (que tan elegantemente llevaba mi abuelo Arturo sobre su bigote cano) y regresar al terruño.
Rebullo a veces en los recuerdos y veo viejas fotografías color sepia de las tierras extrañas en las que imaginaba aquellos cuentos que leía de niño. Lugares desde los que me hablaban voces sorprendentes que persisten con tonos que inventa mi memoria.
Había lianas creo (disculpad, pero invento al recordar), monos aulladores, playas blancas de arena de coral, manglares, humedales mefíticos, tatuajes de henna, aborígenes de papúa, sillas de montar con herrajes en plata y noches coloniales de luna llena.
Expandiendo la mente, los sentidos que todo lo experimentaban ilusoriamente, imaginando colores y olores. Que diferente, que igual de las geografías locales que en estos días nos constriñen y nos identifican como orgullosos paletos de casino.
¿Recordáis que sonidos había en aquellas palabras que resonaban en el aire, aromas de cacao, de tierra húmeda, del estiércol de las aves de colores, de las flores raras entre las que bailábamos hace veinte años?
Hagámoslo otra vez con la eufonía de estos bellos nombres, bellos sustantivos, hermosos animales.
Mantra que abre horizontes y llena los ojos de corrientes marinas:
Pronuncien en silencio, en voz queda y dejen salir el recuerdo lentamente expirando las palabras: Vendrán aromas nuevos con las corrientes del Caribe, de la Florida, de las Antillas, de las Bahamas, de la Guinea, del Golfo de Méjico, del Atlántico Norte, de las Azores. Vendrán con la subtropical del Mar del Norte, con la del Alisio, con la Atlántica de Noruega, con la de Spitzbergen, con la de Nueva Zembla, con la de Litke, la de Irminger, con la occidental de Groenlandia, la del Labrador, del Sur, la del Brasil, del Cabo de Hornos, de Benguela, con la de Kuro Shio, la de Oya de Shio, la de las islas Kuriles, la de las Aleutianas, la de Kanchatka, la de Alaska, la de la California, la de Australia, la del Perú, la de la costa oriental de África, la de Mozambique, del Mar Indico, de las Agujas, la del Antártico.
Respiren hondo y abran los ojos. El mundo se ha expandido un poco. Disfrutemos un momento antes de calarnos de nuevo la boina (que tan elegantemente llevaba mi abuelo Arturo sobre su bigote cano) y regresar al terruño.
Y si ha de dar algún fruto, que lo multiplique el viento...