jueves, 30 de abril de 2015

Antecedente XXXIII


Y aquella noche, las pupilas, se dilataron sin voluntad propia cuando probé el sabor primero de tus labios perfectos. Fue la sorpresa de lo sobradamente conocido y al tiempo inopinado. Fue como regresar a un lugar inconscientemente olvidado pero que siempre estuvo en la realidad más somnolienta.

Había sabores a viento cálido, a algas azules, a humo de fogata de moraga en agosto e incluso al fijarme atentamente, a juegos de niños, ruidosos y turbulentos. Y el gusto en los míos, al cabo de un tiempo, era lento en su olvido y dulce y salado al tiempo.

Te rozo, ahora, apenas desde la niebla, amable y dulce árbol y un estertor recorre arriba y abajo, arriba y abajo, mi espalda recordándome que es cierto lo que dicta el corazón, aunque la parte razonable de mí mismo se niegue a creerlo por inmerecido e increíble.

Te reflexiono en voluta de opio los domingos y las fiestas de guardar, droga estanca que es hoy mi único poso. Ensoñación en duermevela, perforación en mi vida razonable y esperada, aún no decidí si dolorosa, pero siempre sorprendente, maravillosa, nueva, inalcanzable aunque te tenga en la punta de mis dedos, pero siempre embriagadora y especiada a cúrcuma, a jengibre y a canela.

Te mostraré, si nos dejamos amor mío, los túmulos donde yacen felices e inconscientes los descarnados besos nonatos que no son nunca mercenarios, porque no podrían serlo. Diseminaré tus largas pestañas negras sobre suelos losados de sorpresa ante tanta perfecta simetría. Ante tanta sorprendente casualidad especular. Tanta, que pasma y parece orquestada por algún ser imaginario, extraño y juguetón.

Y el espectro de la siempre esquiva felicidad, ese fantasma cariñoso que pende desvaído del escote de tu blusa, es incorpóreo como un guiño neblinoso pero se deja ver en muchos momentos de un tiempo a esta parte y tiene sedas engarzadas, y manos llenas de caricias asustadas y luminosas.

Es el sentido de lo que fue sin ser y se resiste a no ser, siéndolo ya. Son posibles pasados que, sepultos y no natos, agonizan y reviven a cada instante. Y son futuros sorprendentes que brillan en los dedos y acarician tus ojos de miel.

Y las sombras, leves matices de lo corpóreo, se asemejan en lo sutil a las caricias que se dan sentidas en pasado, con la certeza de lo conocido, de ese hogar confortable en el que nunca has estado, pero del que jamás has salido. Porque es como regresar a casa.