Y aquella noche, las pupilas, se dilataron sin voluntad propia cuando
probé el sabor primero de tus labios perfectos. Fue la sorpresa de lo sobradamente
conocido y al tiempo inopinado. Fue como regresar a un lugar inconscientemente
olvidado pero que siempre estuvo en la realidad más somnolienta.
Había sabores a viento cálido, a algas azules, a humo de fogata
de moraga en agosto e incluso al fijarme atentamente, a juegos de niños,
ruidosos y turbulentos. Y el gusto en los míos, al cabo de un tiempo, era lento
en su olvido y dulce y salado al tiempo.
Te rozo, ahora, apenas desde la niebla, amable y dulce árbol y
un estertor recorre arriba y abajo, arriba y abajo, mi espalda recordándome que
es cierto lo que dicta el corazón, aunque la parte razonable de mí mismo se
niegue a creerlo por inmerecido e increíble.
Te reflexiono en voluta de opio los domingos y las fiestas de
guardar, droga estanca que es hoy mi único poso. Ensoñación en duermevela, perforación
en mi vida razonable y esperada, aún no decidí si dolorosa, pero siempre
sorprendente, maravillosa, nueva, inalcanzable aunque te tenga en la punta de
mis dedos, pero siempre embriagadora y especiada a cúrcuma, a jengibre y a
canela.
Te mostraré, si nos dejamos amor mío, los túmulos donde yacen felices e
inconscientes los descarnados besos nonatos que no son nunca mercenarios,
porque no podrían serlo. Diseminaré tus largas pestañas negras sobre suelos
losados de sorpresa ante tanta perfecta simetría. Ante tanta sorprendente
casualidad especular. Tanta, que pasma y parece orquestada por algún ser
imaginario, extraño y juguetón.
Y el espectro de la siempre esquiva felicidad, ese fantasma
cariñoso que pende desvaído del escote de tu blusa, es incorpóreo como un guiño
neblinoso pero se deja ver en muchos momentos de un tiempo a esta parte y tiene
sedas engarzadas, y manos llenas de caricias asustadas y luminosas.
Es el sentido de lo que fue sin ser y se resiste a no ser, siéndolo
ya. Son posibles pasados que, sepultos y no natos, agonizan y reviven a cada
instante. Y son futuros sorprendentes que brillan en los dedos y acarician tus
ojos de miel.
Y las sombras, leves matices de lo corpóreo, se asemejan en lo
sutil a las caricias que se dan sentidas en pasado, con la certeza de lo
conocido, de ese hogar confortable en el que nunca has estado, pero del que
jamás has salido. Porque es como regresar a casa.