lunes, 3 de julio de 2006

Antecedente XVII (Rosario)

Hay sábados de madrugada en los que las manos establecen caminos nuevos por su cuenta. Olvidando mansamente aquellos otros en los que no creció la hierba en años. Los ojos, los míos, los tuyos, todos ellos van detrás y consolidan. Humean al hacerlo pero al final solidifican, densifican el ayer volviéndolo gelatina de días, caldereta de sensaciones idas.
Pero, aunque estacionario, no es lo habitual. Suelen ser tan solo mensajes secos que se cruzan en las frecuencias comerciales.
En estos momentos, en esas horas es bueno escribir en una hoja de papel los nombres de la infamia y arrebujándolos lanzarla lo más lejos de nosotros que podamos, describiendo una parábola semejante a las de urea, aquellas pugnas de meadas que de niños hacíamos para llegar más lejos.
Pero perdón, que me distraigo de lo que me importa.
Decía sin querer decirlo claramente que empieza a ser costumbre despedir a mis seres próximos. A esos que llamo queridos porque me duele su ausencia como a veces lo hacía su presencia y ahora me culpo de haberlo hecho, ya sin remedio. Empieza a ser letanía y no es grata. Debo exorcizarla, pelearme con los trasgos y las fantasmas. Esta es mi catarsis, mi particular e incómodo diván en el psiquiatra. Vosotros, mudos e informes doctores.
Apago la pantalla y los charlatanes redundan su voz en las paredes y aún lanzan embustes parecidos desde el fondo de las estancias hueras. Se aboga por nuevos códigos penales que sean como mínimas moralias de una nueva sociedad de bienpensantes atrincherados en urbanizaciones bunker. Nos dejas en medio de unos tiempos en los que las éticas de suma y saldo se sumergen y prefieren descender a pulmón para no salir más.
- Llamó Medardo, abuela.
- No me interesa lo que diga ese rascatripas. A buenas horas mangas verdes.
- No llama para marearte. Está claro que vendrá. De todas formas, la chica era estrecha de puente y sabíamos que le costaría parir -
La calva incipiente clarea en los cúmulos de una cabeza pequeña que a duras penas parece guardar un equilibrio sobre los hombros breves. Las manos largas presionan el entrecejo con los dedos cuando buscan la salida reflexiva, pero la pose se troca penosamente cuando el bostezo se ejecuta automático y tiránico. La presión clarea la frente que brilla roja y tensa. Las patillas cuadradas están mal definidas en sus límites y molestan en el conjunto. El pater finalmente levanta el belfo y nos conforta.
Son pequeñas consejas que se pierden en la oscuridad como las sombras. Y de las mismas, o en su contra quizás, surge la historia breve que os recito.
Mi abuela nació en los albores de un siglo triste en una tierra seca que sigue dando santas y sabios, aunque ella no fuera al fin ninguna de las dos cosas. Ni falta que hacía.
El pago de Brieva absorbió muchos años atrás al pequeño Vicolozano. Vendría la gran cárcel a robar la fama y la breve honra. Infancia de vida rural, familias de siete hijos, los que Dios nos mande, los que tenga a bien mandarnos, ave maría, sin pecado concebido.
Vicolozano será bruma de color sepia en mi memoria posterior. Son como jugos recocidos y reconcentrados en el calor de la bilbaína negra. Nunca conseguí que me lo contase de un modo completo y mezclo lo poco que conozco y lo algo menos, que recuerdo. Menos sería perderlo todo.
Pero la historia de despliega con la fascinación de la veracidad, de las capas que se superponen y dan consistencia. Cebolla de secarral, mandorla mística, ajo corito.
Me gustaría poder deciros que los zarcillos de avellano caían de sus mejillas. Sería, tal vez, más hermoso, más lírico y mas ñoño. Pero no, no fue así y debo contar la verdad. Le gustaría lo mismo que la gustaba observar las nubes y las extrañas formas lanares que aparecían y no.
- De mala manera, de mala gana.
- Siento tu aliento en mi cara. – Ríen las niñas con la copla, camino de la escuela. Mes de mayo, mes de las flores. Todos los domingos la salve en la pequeña capilla. Y después el paseo por la calle de Santiago, desde la plaza de Zorrilla hasta la Plaza Mayor y Héroes del Alcázar. Arriba y abajo, arriba y abajo.
Y ahora la historia de amor. Que siempre hay alguna si la historia aspira a valer algo. Pero no historia afectada, sino real y bélica.
Se conocieron en un baile en la plaza de las Vistillas. Aquel Madrid inexistente hoy y capitalino que amó mi padre y extrañó porfiado cuando raramente veníamos y aparcábamos en pintor Rosales por no conducir en el follón que odiaba y temía. Si me vieras ahora hozando en la compota de metal y ruido.
Estuvieron separados mientras las pavas traían las tripas llenas de bombas y la Rosario ocultaba el rostro en los túneles de aquel metro niño. Él estaba en el norte, batallando por los otros. Da lo mismo de lo que hablemos porque si soy los unos, tú siempre serás los otros. Volando metralla, mal durmiendo, comiendo podredumbre y raspas. La vida no vale nada. Menos que nada este amor, este sentimiento que no cotiza en el estraperlo.
A lo lejos, abarraganado con una hembra, echaba de menos otra. Termina la guerra y el azar conchabado le retorna a la capital. Como en una novela de cordel se encuentran. No se han olvidado tras casi tres años de separación, de incertidumbre. Las cartas no llegaban al otro bando. No se podía saber si el otro alentaba siquiera. Pero no se habían olvidado.
Casan con una boda de penuria. Boda minima, existencial sin saberlo, boda de sopicaldo y de farfolla. Lo único que se estrenaba era una posguerra como quien estrena un harapo sangriento y cruel. Él con el traje de gala y tricornio con jarretera y banda. Ella de negro riguroso, como las novias de ultramar, como las novias coloniales. Durante años la foto del instante ha estado en casa de mi madre y aún sigue en su marco nacarado junto a la planta que llaman protos y que se enreda hacia el cielo que no alcanzará.
Vendrían los años grises viviendo en casas cuartel. Lo único a lo que llamar casa sería una cómoda con algo de ropa de domingo además de la de diario entre bolas de alcanfor y manzanas secas. Mucho, mucho después una máquina de coser singer. La que cantaba al mover el frío pedal de forja.
Mujer de pedernal, de esquirlas de mica, de cemento, de cal viva. Dura como el ladrido, como la zarpa montuna que hace presa, como la vida que se escapa con vívido y descarnado realismo. Madre enlutada de una hija ida con cuatro años. Lleva en su marcha su nombre y parte del alma suya. La vida sigue muda, sorda, absurda como una terciana mal curada.
Cuarteles. Ladridos de perros flacos y comida de economato militar. La Mudarra. Una nueva hija que alienta. Guardias en el páramo y servicios de puerta a pie firme. Traslados de presos. Noches de frío. Gentes de orden con tabaco de liar y calzoncillos de pernera larga. La cómoda y la singer con marquetería inglesa siguen como únicas propiedades.
Valladolid, el cuartel de San José. Años después luego iríamos los granujas muy cerca, al Caifás, a tomar coñac con chocolate –lumumbas o lugumbas creo que se llamaban- y a esperar los temibles lentos. Luego sería local de boys para despedidas de soltera. Sic transit, amigo mio, sic transit.
Y al caer de los años, la calle Clavijo que ya no existe. La casa soñada con ventanas de madera y cristales espirituales que dejaban pasar el elemental e igualitario frío pucelano frente al cauce domado a medias de la esgueva. El suelo de terrazo donde distinguía mal de niño a las cucarachas cuando salían de bajo el gran fregadero cuadrado de loza blanca. El crucifijo de madera oscura y las camas de forjado y muelles de acero. Los colchones de lana que había que varear en el buen tiempo y el espejo de falso bronce dorado en forma de sol frente a la entrada. El papel pintado en las paredes, la vajilla de porcelana y latón. La despensa con sus mantelitos en los anaqueles, las bombonas naranja de butano que resaltaban con su color estridente como una falsa y barata modernidad. El vecindario variopinto que poblaba aquella plaza de las batallas. Carmen, la falsa Eustaquia, los mangas, el Emeterio, doña Rosa, don Emilio y Emilito, su hijo. Aquella minúscula bodega donde vendían el vino a granel por cuartillos y el abuelo me invitaba siempre a una aceituna de las gordas. La barbería donde todavía hasta hace un tres o cuatro años iba a cortarme el pelo pero fundamentalmente a recordar aquellas inundaciones que vadeaba con mis katiuskas.
- Sois unos pindongos - decía y le enfadaba que Alberto le dijese aquello de la sopa boba porque ella ante todo pagaba. Siempre lo hacía. Siempre lo había hecho en su vida de un modo u otro.
Con franqueza no sé que pasará, pero espero sinceramente que nos veamos de nuevo. O si no es así, poder volver atrás un breve tiempo a recordar juntos y jugar una brisca o un julepe. De alguna manera que ya pensaremos “chitonces”.

12 comentarios:

Juan Carlos dijo...

Creo que te lo dije en otro comentario, eres más poético en la prosa que en la poesía. Tus descripciones se alargan más allá del las comas o los puntos, signos toscos y mentirosos porque no pueden frenar el latido y la calidad de tu escritura.

Un abrazo.

GVG dijo...

En estos textos Fernando es donde descubro, o me figuro viéndote escribir, un escritor que describe a sus personajes y obras como un escritor curtido y profesional, alguién que se hubiera dedicado a la profesión de escribir, y no a la profesión que tenemos (que le vamos hacer, nos da de comer y nos lleva de vacaciones) pero es curioso como en estos textos es como si asomara el otro yo, el que consigue esos párrafos.

Fernando Díaz dijo...

Tienes razón Gonzalo y te agradezco las palabras, aunque de alguna manera nunca he estado completamente de acuerdo con el concepto "profesional", así, con comillas .
¿Que es ser profesional? Imagino que lo que queremos decir con ello es la posibilidad de ganar un salario con las diversas actividades literarias. Y es verdad, eso estaría genial. Para que nos vamos a engañar.
Pero, de otra parte, estaremos de acuerdo que una cosa es hacer literatura (o siendo menos pretencioso, escribir) por gusto, sobre lo que te apetezca y en el momento que te apetezca y otra bien distinta, tener que realizar encargos o trabajos adicionales que poco o nada tienen que ver con ese inafable del arte literario que es en realidad lo que nos llama a todos nosotros.
Desde esa óptica, ¿creeis que nos gustaría ser "profesionales"? ¿Seguirías, Gonzalo, pudiendo escribir desde tu atalaya libertaria sin dar más explicaciones que a tu conciencia y a tu inteligencia?
Imagino que no estaremos de acuerdo todos ni mucho menos, pero como siempre, eso es lo bueno.
Me gustará leer vuestras opiniones.

GVG dijo...

Pues es un tema que siempre me ha gustado sacar cuando hemos tenido un café delante Caque, Juancar y yo.
Algo de razón tienes en lo que dices, pero pensemos...Mozart, Beethoven, Lope de Vega...creaban de encargo, o mejor dicho, incluso llegaban sólo a coger la pluma y el pentagrama si había un presupuesto encima de la mesa como demuestra la correspondencia del genio del que cumplimos su aniversario, o la de Beethoven. Como hacían sus obras en el renacimiento...por encargo, por dinero diríamos ahora nosotros, y eso a que me lleva, pues que si bien es verdad que a sueldo de alguién o algo, mi libertad se resentiría seguramente (alguién me indicaría con sibilina mesura que cierto tema por ejemplo no es conconveniente para polemizar)también es verdad, que el patrocinio o el vivir "Profesional" con las comillas, tienes razón, da otro tipo de compensaciones beneficiosas como por ejemplo llegar hacer obras de gran amplitud, es decir, todo depende de lo que uno quiera dar, lleve dentro y sea capaz de hacer, si uno tiene poco pues ya se sabe, estará más cerca de un diletante que de un "artista". Pensemos en García Lorca, sólo empezó a diseñar y hacer sus famosas obras teatrales para el pueblo cuando vió medios públicos que financiasen sus estupendas giras por la España interior, y aunque era poco el presupuesto, era lo suficiente para sentirse pagado, él y los colaboradores claro.
Sí pienso que habría encargos literareos, tan cargantes que se parecerían o serían peores que cualquier trabajo que ahora hago o hiciera, pero no menos ciertos que habría metas que yo pondría o incluso encargos que me supondrían explorar regiones de la creación que yo no habría imaginado. Digo esto porque nosotros mismos nos hemos sorprendido en este y otros proyectos, escribiendo cosas que no entraban en el guión de la total libertad. Y pienso que nunca está todo dicho en esto de la libertad, los liberales dirían que empieza donde alguién me dice que tengo que hacer aquello o cuando yo no quiero hacer lo otro. Pero quién sabe...nunca sabremos lo que hubiéramos sido si hubieramos tenido las 24 horas de día durante nuestra vida para escribir, o lo que hubieramos escrito, o no escrito si tuviésemos que hacerlo para vivir. Como tampoco se sabe que hubiera ocurrido si nos casamos o vivimos con aquella chica que conocimos en la infancia y ahora la tenemos casi olvidada, o como no sabe un héroe que hubiera pasado si de repente hubiera sido un cobarde en el momento que decidió ser héroe. Lo mismo hubiera estado vivo y no muerto. ¿Nosotros estamos por ello ahora más vivos que si hubiéramos querido (ninguno ha querido elegir otro camino o lo ha arriesgado por elegirlo) ser "profesionales" del escribir? Pues según Eladio no, para él vivir por dentro la economía es ser mejor que cualquier genio de la literatura que por ejemplo, aunque claro, el filósofo está por encima de las comparaciones, igual que el exegeta o el teólogo. Difícil guardar la objetividad en este tema, incluso cuando hablamos nosotros.
Espero que te gustara este rollo Fernand.

Fernando Díaz dijo...

No solo me gusta lo que dices (que esta lejos por cierto de ser un rollo)sino que me hace añorar aquellas charlas interminables que manteníamos en aquellos inicios de los años noventa en esa Valladolid inexistente hoy.
Hoy mismo he comido con nuestro Félix y una de las cosas de las que nos dolíamos en común(además del trabajo y sus imposiciones y miserias) era de la dificultad de encontrar buenos contertulios, buenos debatidores, en el sentido que siempre trato de explicar a quien tiene la desgracia de sufrir mis batallas del "Club de las Letras Europeas" y de los "Cuadernos de Tertulia": El contertulio no es exatamente un amigo (aunque tiende a convertirse en uno), no es un obviamente un desconocido, es más que un colega y algo menos que un hermano con el que te liga un placer secreto, un arcano compartido.
El contertulio, el bueno al menos, entra en la tertulia, en el debate con ganas de resultar vencedor pero dispuesto a perder si es necesario, porque ello supondrá salir mejorado, iluminado por creer haber encontrado un pedazo de verdad, de sabiduría. De este modo, siempre se gana.
En estos extraños sentidos (por erráticos y difíciles de encontrar) es un placer recuperaros a todos.
Solo por eso, merece la pena este nuevo vericueto de la vereda común.

Juan Carlos dijo...

Yo hace tiempo que asocio el término "profesional artístico" más a una trayectoria, fruto de una formación y un espíritu de trabajo, que debe sufrir muchos altibajos, porque el artista que no se cuestiona con mucha frecuencia su creatividad y su forma de trabajo se convierte en un asalariado más, quizá hasta más prepotente por ganarse la vida con disciplinas artísticas.
Yo sería el ejemplo de una persona que tiene resuelto el terreno laboral y económico y cuenta con la posibilidad de construir un ocio creativo, pero a pesar de que tengas unas condiciones inmejorables para ello, no siempre es posible. Mi terreno en el arte está en el teatro y la poesía, es lo que realmente me motiva, y en las diversas combinaciones que pueden hacerse con esos dos universos y que considero que hay bastantes sin explorar. Voy flirteando con lecturas, ideas, escritos, pero en el fondo sé que necesito, fundamentalmente en el teatro, a alguna/s personas que conecten con mis ilusiones y que su vida les permita compartir tiempos conmigo, y eso es complicadísimo. Las aventuras en solitario me saben más amargas, nada es comparable a trabajar en arte en sintonía con otros.
Por eso nuestra pequeña comunidad me sirve de referencia para no bajar los brazos, para confiar en que hay caminos abiertos.
Arte verdaderamente colectivo sin basarse en apoyos o financiación institucional, ésa es la utopía.

Anónimo dijo...

Desde mi punto de vista y contestando a Caque, creo que lo que define al literato es la intuición. Me explico:
La intuición es la percepción clara, íntima e instantánea de una verdad sin el auxilio de la razón, tal como si se tuviera a la vista; la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin razonamiento. La palabra intuición proviene de la raíz latina “intuent”, que significa ver el interior (no quiero ser pedante, pero clarifica).

En el momento de tomar una decisión, la persona siente un cosquilleo en el estómago, como una alarma, y no la toma. O está frente a una encrucijada y, de forma espontánea, toma uno de los caminos como si ya hubiese estado allí antes.
Ninguno de los dos casos tiene una explicación lógica, racional o analizable; sin embargo, en ambos casos la persona siente seguridad en lo que hace, acompañada de tranquilidad espiritual.
No se trata de milagros sino de mensajes internos libres de la lógica o el razonamiento; son ideas o percepciones espontáneas, no buscadas, que dan una alerta o condicionan una decisión. Eso es la intuición.
Elegir un sustantivo, un adjetivo y no otro, una frase adverbial por otra es ante todo labor de viscera. Creo que el exceso de lecturas sirven de poco, yo creo que el literato nace y se hace poco (como los buenos chuletones)
Por cierto, el texto es interesante, incluso muy bueno, pero se le nota demasiado trabajado, sin la frescura que da la expontaneidad.
Un saludo desde Salamanca, blogeros.

Luis A.

Anónimo dijo...

Para mi es un tema fascinante el de las razones por las cuales escribimos o no. A mi me resulta difícil elaborar comentarios y a veces me paso días tratando de construir uno. Excesiva rigurosidad, sin duda. A

Allí la verdad, envidio sanamente la prosa liviana. No se trata de ser literato sino de saber cómo decir las cosas.

Quiero escribir todos los días y por x, y o z no lo logro y vaya que me molesto conmigo misma y digo: "debería ser capaz de hacerlo" pero simplemente no puedo y pasan los días.

Lo que sí es cierto es que una vez que se comienza a escribir y se insiste, la actitud cambia, las prioridades cambian y una de ellas comienza a ser justamente la de publicar diariamente.

Uno de los encantos, sin embargo es el de sentir que efectivamente estamos formando parte de una red de comunicación y que los interlocutores están allí, pasan y aunque no digan nada en un momento, quizás vuelvan.

Para mi el lenguaje sí que es importante y la escritura casi diaria de estos comentarios ha servido al menos para que no me lo piense tanto a la hora de escribir cualquier otra cosa: desde informes hasta cartas o artículos comienzan a emerger de una forma mucho más rápida.

Sí, es un laboratorio de escritura, de alguna manera. Practico y, si me contestan, pienso que algo he hecho bien: o el tema que elegí es interesante o la manera en la que comuniqué lo que quería estuvo bien. Quizás es parte del proceso de maduración, quién sabe.

Para quien escribo? Para mi misma en primer lugar y si lo que escribo tiene sentido para los demás pues bienvenido sea, a mi me está permitiendo construir un universo de sentido, de intereses, de textualidades, así como la maduración de ciertas reflexiones.

A veces tambien me pregunto si tiene sentido que escriba sobre tantas cosas y si no deberia más bien concentrarme en algunas de las cosas que prometo en mi presentación y que, a mi juicio, aún no cumplo del todo.

No sabría contestar esas preguntas ahora, sin embargo me gusta este construir y deconstruir(me) en la escritura.

To be continue... seguramente.

Clara

GVG dijo...

¿Que es ser "artista"? ser escritor/poeta están dentro de la definición, ¿un periodista se considerará escritor, igual que Stendal?
¿Y, una obra, da la media de eso que llamamos "escritor profesional" (lo de artista se utiliza menos ya en la literatura)?
Por ejemplo esta breve obra con la que abro uno de mis libros de poemas, ¿me define ya como escritor?:

La felicidad arrastra candelabros encendidos
por las bocas oscuras del metro.
Abre las cortezas de los árboles y sorbe su sabía;
la línea de una falda la insinúa.

La felicidad pone el grito bizarro a la sucursal bancaria.
Quita las ruedas a soplidos de automóviles
en un gran juego de aros urbanístico.
Los amantes llamando al columpio su casa.

La felicidad desliza un paquete extraño
conteniendo una bomba de relojería transparente.
Sienta en las rodillas al poderoso
y deja el sombrero sobre la farola encendida.

La felicidad tiende a consumirse en bocanadas
de espuma rodando por peldaños;
fastidia tradiciones y planea resacas múltiples.
Sube al hombre a la cima y 30 veces
lo traiciona sin darse cuenta.


Y la traigo a colación, esta obra, para decir, que esta grata tertulia en la distancia, empezaba hablando de si era o no mejor dedicarse a escribir de manera "profesional" (utilizamos mucho en esta tertulia las comillas, queremos ser cuidadosos)o escribir de vez en cuando en la red sin mayores preocupaciones que currar duramente en cualquier otro oficio y escribir cuando podamos.

La pregunta después de oiros podría hacerse de la siguiente manera: ¿alguién que escribe/crea este poema, puede llamarse escritor/poeta profesional/ o sería alguién que escribe bien/mal/regular cuando puede? ¿Cuando pasa uno a ser escritor? Kafka, sabemos que llevaba una vida de oficinista por el día y por la noche escribía obras de todo tipo en el estilo que una vez muerto le ha hecho famoso, pero claro...a Kafka fueron los críticos postmorten los que le dieron la fama mundial que ahora tiene cualquiera de sus obras, si no hay críticos, Kafka hubiera sido el oficinista que tenía obritas en un baul guardadas ¿o digamos lo que digamos siempre hubiera sido escritor?

Una reflexión que hago en esta tertulia, y que para mi tiene difícil respuesta.

Anónimo dijo...

Puedo hablar sólo de lo que a mí me concierne: respecto de cómo sucede en mi el proceso creativo. En el caso de otros autores, puede –y de hecho así sucede- producirse lo mismo por caminos diferentes. En mi caso, antes del proceso estrictamente "escritural", se manifiesta en mi espíritu un fenómeno emocional e intelectual al que denomino “el fantasma” de lo que voy a escribir. Sucede que esta sensación difusa se va transformando aceleradamente en imágenes y palabras, comienza a manifestarse a través de estos elementos, los que a su vez, posteriormente, producen una múltiple asociación e ideas, las que me proporcionan a su vez más imágenes y palabras. Una suerte de manantial que posee, sin embargo, una fuerte hilo conductor. No se trata de un revoltijo de imágenes, palabras y sensaciones secundarias, sino de metáforas funcionales al sentido inicial del “fantasma”, su expresión a través del lenguaje. Al comenzar a escribir, simplemente se produce una suerte de traducción de ese sentido a la lengua española. En apretada síntesis, en mi caso es así como sucede.
En poesía, todos los sistemas de ideas, todos los conocimientos, todas las fuentes aportan lo suyo para llegar a una expresión quizá bien distante de esos orígenes, que es el poema en sí. Al momento de ser creado, el poema no ofrece un límite preciso entre forma y fondo: de hecho, forma y fondo son una sola cosa en el poema, resultan inseparables, como la madera del árbol: es imposible separar la una del otro, sin destruir al conjunto. A la vez, la poesía consiste en un mundo propio, que posee sus propias leyes y medidas, que sin embargo –esto puede parecer paradojal, pero no lo es- tiene una íntima relación con todo lo que existe fuera de ella. Resume el mundo y es ampliada por él... Se entiende esta paradoja interpretando lo que dije antes, que tiene sus propias leyes y medidas.
Lo que puede resultar absurdo fuera del universo poético, en él puede tener un sentido tan cabal y concreto como el que tiene una montaña o un río en el mundo natural.

Clara

Fernando Díaz dijo...

El amigo Caque, como siempre, armado de doce arrobas de aplastante sentido común, razonamiento lógico e ingenio, a veces próximo a la humorada que ayuda a tragar la seriedad del fondo.
Tan de acuerdo estoy contigo que lo firmo de principio a fin... Incluido lo del gin tonic preparado... Y no necesariamente en este orden.

Anónimo dijo...

Gracias Caque, no hace falta que escribas, solo la intención ya me compensa.
Me gusta lo que dices, pero me entristece que pongas la literatura al nivel de un bien de consumo como los tomates. Tal vez esté en un error porque también Fernando te secunda.
Yo escribo porque junto con la respiración me nacieron los sueños, la necesidad de ternura, de confiar en alguien.
Por un simple y elemental deseo de comunicación humana, tejido por una comunicación con mis hermanos. Encuentro en la vida actual hay tanto artificio, tanta violencia, tanta agresividad, tanta electrónica que creo que se nos está enfriando la sangre. Yo, por principio, escribo a mano en cuadernos, porque estoy contra la deshumanización del arte a la cual nos ha llevado internet, la electrónica y la "apretación de botones"... Aunque a veces hay notables excepciones y me contradiga escribiendo estas líneas y participando en este debate.
Mi proceso literario es muy particular, soy transgresora, ajena a las reglas. Mi proceso literario debe ser como cuando las pájaras van a poner huevos y las mujeres van a dar a luz. Casi no es un proceso, es un sentir. Para mí el acto de crear es como una parición, donde se me comprometen el pelo, los huesos, incluso a veces me da fiebre porque todo lo que hago me involucra el ser entero.
Pero no tengo un sistema preestablecido ni busco incentivos de sabiduría exquisita. Mis incentivos pueden ser una palabra, escuchar al pasar los ojos de un viejo pobre mendigo, puede ser un niño que va corriendo a la con lluvia y los pies partidos por el granizo y puede ser también el relincho de un caballo o la mirada de mis volcanes donde aprendí a anunciar los climas mucho mejor que en la televisión, porque se qué significa "la vaca pelada" sobre la cordillera de los andes o lo que significa "el sombrero del volcán Osorno".
Ustedes hablan de castilla como yo de mi tierra. Suongo que entenderán.
Saludos.

Clara