lunes, 9 de octubre de 2006

Generalidad XVI

“Deus ex machina” es una expresión latina, traducción a su vez de la locución griega “apo mikhanis theos” que vendría a significar la aparición de un dios como por arte de magia. En el teatro clásico la súbita aparición en escena de una deidad, que venía literalmente volando a rescatar prodigiosamente a los protagonistas de alguna situación desesperada. Los Dioses (Deus) que aparecían desde fuera (ex) de la acción teatral accionados por poleas o artilugio mecánico parecido y propio del atrezzo o aparejo teatral (machina).
Dicho recurso escénico se atribuye a una invención de Eurípides y el artefacto, llamado mékhane, que permitía al figurante que hacía las veces del dios de turno mantenerse en el aire sobre el escenario, no era sino una rudimentaria grúa de tramoya de la que pendía el actor sujeto por una cuerda.
Virgilio es uno de los primeros en utilizar el concepto en “La Eneida”. Horacio, más tarde, recomendará en su “Arte Poética” ser prudente al urdir el desenlace y recurrir a un poder sobrenatural sólo cuando lo requiera la índole de la obra: “Nec deus intersit, nisi dignus vindice modus” (No hagáis intervenir a un dios, sino cuando el drama es digno de ser desenredado por una divinidad).
En la actualidad, la frase se aplica, ya fuera muchas veces de la realidad teatral, para designar lo que inesperadamente surge para resolver una situación aparentemente imposible. A lo Marvel, para entendernos.
Cuando se añade que vivimos en una era que revisa permanentemente la fe religiosa, Henri Bergson nos recuerda una verdad poco halagüeña para la naturaleza humana: “El mundo es una máquina para fabricar dioses”.
Todos sentimos la tentadora necesidad de que se solucionen los acuciantes problemas de este desdichado mundo con una intervención externa que provoque repentinamente un desenlace feliz, al margen de lo que consideremos conformante de esto último.
“Deus ex machina”, incluso para los no familiarizados por la expresión, adopta miles de formas variadas de soluciones providenciales que lo arreglan todo. Todos queremos el nuestro. Todos anhelamos la infantilización que nos provoca esa figura paterna que solventa y arregla todo lo que nos angustia de lo desconocido, origen evidente de toda incertidumbre. Es el propio azar que nos libra de lo azaroso.

Corro por todo ello a jugar a la bonoloto del jueves, a la lotería primitiva, a los ciegos, al décimo de navidad que ya se acerca… “Deus ex machina”

5 comentarios:

Anónimo dijo...

En el accidente, la catástrofe, el factor azar es fundamental. Tras el imaginario del fin, está sin duda un miedo pánico al azar, un miedo a la ruptura de todo orden, un pánico a que lo indeterminado venga a romper la cadena de los hechos, la continuidad de la Historia. Accidente y azar están íntimamente unidos, como el anverso y el reverso de una misma moneda, en una figura reversible que podría ser la de la Fatalidad y, tras ella, la de la Felicidad (una historia fijada para siempre, en términos irreversiblemente positivos, que no a todos les toca). La vieja figura del destino ronda por ahí, pero como ya no se cree en el fatum romano ni en el destino judeo-cristiano, la figura se reencarna, se desarticula y trivializa en mil pequeñas plasmaciones: de manera más o menos feliz, en juegos de azar, lotería, concursos televisivos; de manera más azarosa, a menudo dramática, en rutas del bakalao, consumo de drogas, conductores-kamikazes, por citar sólo los ejemplos más llamativos, donde se juega con el azar y la fatalidad...

Los juegos-concurso podrían ser la cara risueña del accidente, “milagros” al pie de la letra para retomar el símil de Virilio, que decía que el accidente es un milagro al revés; diremos que “enderezan” el accidente, rectifican, ponen en su sitio al destino, volviéndolo feliz, restableciendo mágicamente la fe en el milagro. Porque son un milagro de este mundo, porque no necesitan intervención de elementos trascendentales (ni siquiera inteligencia fuera de lo común, ni habilidades extra-ordinarias); son de dominio público, asequibles al hombre común, como una manera trivial de domesticar el azar, de jugar con el accidente. No por nada uno de los grandes programas de concurso de la Televisión española se llamaba El juego de la Oca, con sus casillas negras - trampas, mazmorras, muerte - y sus casillas rosas - felicidad, dinero, éxito, “como en la vida misma”... El juego-concurso es el reverso eufórico - aunque también accidentado - de la figura del accidente: cara y cruz de una misma lógica, donde el azar amenaza - para bien y para mal - la integridad de lo real, los valores plenos; pero lo supera mediante el juego, la risa, como una huida hacia adelante, un remedio homeopático contra el pánico (Jesús Ibañez hablaba de la publicidad como de un remedio contra el pánico; Ibañez, J., 1994).

Es una manera de prevenir el mal, y la televisión es el deus ex machina que reparte premios y felicidad, encarnación tecnológica posmoderna del Destino clásico: esto es, un milagro perfectamente posible, sin necesidad de ningún dios, en un mundo de ficción - un mundo de los posibles - como es la televisión, forma moderna de inmanencia, religión laica, sin dioses pero con famosos... Si el juego-concurso reparte la felicidad al azar - como una manera de consagrar la gratuidad frente a la indeterminación, de dominar mágicamente lo indeterminado - los videos domésticos recurren a la misma figura, aunque en clave de infelicidades, repartiéndolas de manera azarosa, de una manera que nos puede ocurrir a todos. Si en el juego-concurso el participante aparece como el elegido de dios - pero un dios inmanente, mediatizado, encarnado por el medio - el falso héroe de los videos domésticos es aquí el elegido del diablo, pero es una encarnación amena - más asimilable a unas diabluras de niño que a la obra de un demonio -, un diablo nada siniestro, como domesticado, que se convierte en cómplice del protagonista. El azar es el aliado, alimenta el relato; delata la presencia de espíritus malignos, es cierto, pero antes que nada graciosos y tan humanos, tan cercanos a nosotros...

Anónimo dijo...

No creo en el azar, creo que no existe. Es una disculpa que nos sacia cuando ocurre algo ante nuestra mirada, algo, que no somos capaces de entender su causa/efecto.

Desde que una infinitésima parte de materia de este universo nuestro, se ligó y dio como resultado un ser vivo….. Desde que ese ser viviente comenzó su carrera evolutiva, hasta nuestros días, el concepto de azar fue pareja inseparable de sus pensamientos cuando estos, impotentes, no podían llegar hasta donde él, en principio anhelaba. Es decir, de la misma manera que surgen los dioses, con una imagen muy próxima a sus creadores, el azar, como espíritu libre, que aparece sin que generalmente lo hubiésemos invocado, y del que solo nos acordamos cuando es “portador” de buenas noticias, causas,….etc. nace como respuesta inexplicable, y consoladora, de un hecho que ahí, ante nuestra vista, se nos presenta a nuestros sentidos y se nos hace presente, obligándonos a redifinirlo, a buscar una nueva idea de realidad, pero para nuestra comodidad, lo bautizamos y nos conforta, sin verlo, los sentimos, esta ahí, es él,…..el azar.

Anónimo dijo...

... Be water my friend... Be water...

Anónimo dijo...

Hay plataformas escondidas en las cruces y en las cinturas regaladas por las localidades.
Es cierto, el azar existe a duras penas.

Anónimo dijo...

Cause when love is gone, there's always justice.
And when justive is gone, there's always force.
And when force is gone, there's always Mom. Hi Mom!