jueves, 18 de noviembre de 2010

La Dilapidada Vida de Simón Cuchito (Capítulo 13)

Creo que fue al final de la tercera semana de navegación, en una marejada al sur de las Guaitecas, cuando perdimos una de las dos chalupas. Recuerdo que ese fue el motivo por el que terminamos recalando en un lugar llamado Puerto Reyes, donde también estaban fondeadas otros dos barcos: la goleta estadounidense Betzei y el bergantín con bandera inglesa Enterprise, ambos dedicadas a la caza de la ballena.
El capitán Quiroga intentó sin resultado comprarle al capitán del Enterprise una chalupa y alguna de las cartas náuticas que habían levantado, pero sólo obtuvo una negativa para lo primero y permiso poco entusiasta para copiar las segundas.
Sin más remedio, permanecimos cinco días dedicados a construir un nuevo lanchón, mientras el oficial de derrota se encargaba de copiar las cartas.
En esos días, se unió a la tripulación el lobero Juan Yotch, quien actuaría como práctico para el cruce del canal Moraleda y nos guiaría hasta el final del archipiélago de los Chonos.
Habían pasado cuatro semanas desde que dejáramos Tacará y comenzaba a perder la noción de lo real, de tanto en tanto. Me costaba pensar en los días de manera lineal. Eran más bien círculos concéntricos que se tensaban y destensaban por momentos.
Debía ser casi abril cuando nos hicimos nuevamente a la mar e intentamos pasar la península de Taitao, pero el mal tiempo, que ya comenzaba a empeorar, sumado a una avería del timón y a una pequeña grieta en el casco, nos hizo retroceder y buscar refugio nuevamente en Puerto Reyes.
El tiempo empeoró tanto que no lo conseguimos y mal nos hubiera ido de no haber encontrado una pequeña rada arenosa al abrigo de un cabo.
Al día siguiente se envió a Jorge Mabón, Eusebio Pizarro y cinco hombres más de regreso con la orden de llegar a Ancud por tierra para conseguir víveres, reparar la pieza del timón e informar al armador del derrotero de la travesía y del más que previsible retraso. Tratar de atravesar Magallanes en temporada de invierno austral comenzaba a ser algo temido, pero al tiempo, bastante previsible. La marinería empezaban a estar nerviosa.
Volvieron casi veinte días más tarde en una nueva chalupa en la que transportaban las provisiones y el resto de la impedimenta. En ese tiempo se habían calafateado las amuras y estábamos todos más que hartos de oír bramar un viento interminable que, con seguridad, terminaba enloqueciendo a los hombres.
La mañana siguiente continuamos viaje hacia el sur, doblando con éxito la península Tres Montes y atravesando no sin dificultad el canal Messier. Calculo que sería mediados de mayo cuando al despuntar el día vimos fogatas de un asentamiento que Didi reconoció como previsiblemente alacalufe.
Dos embarcaciones indígenas de vela nos siguieron a cierta distancia por un par de horas, pero terminamos perdiéndolas de vista. Quiroga hubiera deseado ser alcanzado por las canoas para enterarse del género de las velas (que sospechaba obtenidas del naufragio de la fragata francesa de una amigo suyo, perdido el año pasado por estas mismas latitudes). Imagino que por ello, el capitán, decidió esperar una hora después de cruzar la Angostura Inglesa, pero la pérdida de tiempo que estaba resultando del empeño le hizo desistir y seguimos ruta.
Al llegar a la punta Santa Ana, ya en el Estrecho, topamos con un temporal tan fuerte que nos hizo mover como azogados. A pesar de lo que ya creía estar acostumbrado, eché los hígados y, para mi consuelo, resulté no ser el único. El frio era tal que andábamos con mantas por la cubierta. El cordaje tenía chapiteles helados y los marinos cuchicheaban soltando vaho, de que la comida escaseaba y de que sumábamos casi dos meses de retraso.
Algunos culpaban a las novedades del mal fario que circundaba, sin duda, la travesía y en aquellos días comenzaron a mirarme ya no con el desdén de siempre sino con franca cara de vaqueta.
Afortunadamente para mí, acabamos atravesando el cabo de Hornos y en la isla de los Estados vino a suceder algo que afortunadamente desvío por completo la atención de mi persona.

2 comentarios:

Fernando Díaz dijo...

Y vaya por delante el perdón por el retraso.

Anónimo dijo...

Perdona, perdonado...
Pero no tardes mucho en contarnos lo que sucede en la isla de los Estados, por favor.

La Heredera