Despierto y veo el ojo líquido, glauco que nos mira. Veo las espumas pardas de sus pupilas.
Siento los dedos recios que restañan con debilidad lo roto.
Escucho el silencio que brama sordamente como una máquina oxidada y posesiva.
Puesto ya en pie, restauro la impetuosa carrera que me eleva hacia la sima, hacia la gehena que nos espera confiada en que todos llegaremos. En que todos sucumbiremos.
Todos con las proas firmes hacia el occidente.
lunes, 4 de abril de 2005
Las columnas quedan atrás
Publicado por Fernando Díaz en 12:39 p. m.
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