lunes, 11 de enero de 2010

La Dilapidada Vida de Simón Cuchito (Capítulo 2)

Debía tener alrededor de los diecisiete años cuando interioricé que el resto de mi vida discurriría entre mujeres de gran tonelaje dedicadas a jugar a la lotería, a las prendas o al tonto y hombres estuprando doncellas zambas que se suponían las mejores en aquello de las artes amatorias.
Mi familia era tan numerosa como cualquier otra y obviamente, mi matrimonio había sido acordado con una de las Sinforosas de los Oquendo del barrio nublo. Ni bien, ni mal. Simplemente no se cuestionaban las cosas. Y yo no era una excepción. Era un pez nadando limpiamente en un mar de mediocridad.
Mi tío José María era un ejemplo perfecto de la producción viril del Tacará de clase alta. Eternamente con casaca y chaleco, zapatos con hebillas y bastón de viraro. Hombre de costumbres, sin fallar un solo día, después de la imperdonable siesta, a eso de las cinco de la tarde, las tiendas se abrían de nuevo y mi tío aparecía lustroso entre los paseantes por el puente de los tajamares, y como buen ave lira conversaba alegremente con quien tuviese la desgracia de sufrirle de las guerras contra Inglaterra, noticias de las Españas o los sucesos más importantes que ocurrían en Tacará, que bien podían ser el embarazo de la primogénita del rector del Cabildo o de las tercianas del cura de Nuestra Señora de las Angustias. La conversación de mi tío solía discurrir fluidamente entre comentarios en francés y alguna interjección británica. No en vano era un antiguo alumno de los dominicos de los pocos que había continuado estudios en Lima y era capaz de soltar sandeces en tres idiomas.
Esta coplilla de los estudios de mi tío bien merece una pequeña alteración de mi historia porque toca de lleno una de las grandes fisuras en Tacará, algo que dividía con más profundidad que la sangre y que se enconaba con más facilidad que los líos de honor. Porque en parte, de ello se trataba.
Tacará, en lo que se refiere a la clase alta, se dividía entre alumnos de los dominicos y alumnos de los jesuitas. A fines del siglo XVI, los dominicos fundaron el Colegio de Santo Tomás y posteriormente los jesuitas el de San Miguel. Inicialmente se impartían clases de latín, filosofía y teología. Pero posteriormente ambos colegios fueron elevados a la categoría de Universidades Pontificias y pugnaban por formar a las clases laicas y seglares. Solo, obviamente a los hombres, porque las mujeres privilegiadas recibían instrucción en los conventos de monjas, donde aprendían a leer, escribir, bordar, cocinar, cantar, e incluso, Dios nos libre, a bailar.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigue pronto con los siguientes capítulos, esto promete.

La Heredera.