martes, 24 de mayo de 2005

Antecedente IV (La noche)

Al término, el hombre abraza a la muchacha con el despego que otorga lo reiterado, lo conocido. El gozo de ver a través de los dedos se ha reiterado en tantas ocasiones que ya no aporta nada sustancial. Finalmente apaga la luz y se amodorra despreocupadamente en el sillón de la noche, en el plumón de la oscuridad, reclinado brazos y pecho y cabeza en el oscilante bamboleo autónomo que es el sueño.
Más tarde, la luz de la mañana entrará a través de las cortinas de algodón y despertará a aquellos que hacían de la oscuridad cobijo. Serán en ese momento conscientes de sus imperfecciones, del paulatino alejamiento de cánones morales y físicos. Sentirán pudor, un pudor infantil que se avergonzaran en reconocer. Distraídamente el hombre se levantará esperando que ella duerma aún o al menos tenga los ojos cerrados. Bajará la persiana buscando crear una noche artificial. Pensará y sonreirá al hacerlo, que podría haber evitado el pequeño drama, si ella compartiera su miopía. Pero la vista de la muchacha será tan clara como sus ojos.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo cotidiano, lo elemental, lo sórdido como tema para un pequeño poema en prosa.
Interesante. Tal vez demasiado breve. Yo hubiese desarrollado más.