lunes, 23 de mayo de 2005

Desesperanza anónima, extremo consuelo

Sobre la pequeñez sórdida de la ventana, gastado más por los años que por el agua de lluvia, hay un viejo anuncio holandés de tabaco de pipa. Está literalmente pegado, formando una unidad indisoluble, un nuevo objeto en este microcosmos caribeño. El cristal parece estar tan sucio como el resto de la habitación. Al pensar en ello, agradezco que no puedas recriminármelo. De cualquier modo y a mi pesar, acodado en la mesa, miro el exterior a su través esperando que llegue la hora del funeral. Espero y recuerdo. Recuerdo y escribo. No puedo evitarlo. No sé porqué lo hago. Y no sé porque lo hago para ti. Me ha parecido lo más natural. Empecé a escribir sin más. No veo por que no. Tampoco hay nada mejor que hacer aquí hasta que sea la hora de marchar.
El tiempo de la tarde ha transcurrido sosegadamente, a ritmo de buril. El sol de por allá, creo, era igual de huidizo y ladino; por las fechas imagino que ahora estará calentando el adobe de la casa de tus padres. Todo se desdibuja con los años y lo lamento. Aunque por otra parte, ya casi nada duele y eso es bueno.
Estabas guapa, flaca, la última vez que te vi. Si supieras cómo añoro la imagen de tu madre preparando aquella tarde las torrijas para la fiesta de la santa. Revolución o muerte, dicen acá, son otras religiones, otros santos patrones pero no es lo mismo.
Pensando en el incienso de la ermita he mirado hacia fuera y he visto a algunos turistas pasar prepotentes o lo que es peor, indiferentemente, sobre las colas de los ultramarinos callejeros. Ganas dan de repartir estopa. Pero no, casi nunca pasa nada, es este un pueblo de orgullo elegante y hasta incluso un poco distraído y no acusa los atropellos. También influye la policía, pero es otro tema.
No recuerdo si te hablé antes de Ciro, qué pavada, pues claro que no, nunca lo hicimos desde entonces y es imposible que le conozcas. Entre roncito y roncito le conocimos, al recalar desde Buenos Aires y nos hicimos grandes amigos. Gran persona este arquitecto metido a taxista y a buhonero y a músico ambulante por necesidad. Por pura hambre. Cuánta cultura desaprovechada. Un día, al cabo de los meses, fuimos a su pieza como invitados. El gesto de su madre ante los extraños, fue inmediato. Sacó del merito cajón de la vieja cómoda la única bombilla de la lámpara. Cómo no regalarle hasta el calzón el día que llegaba algo de plata de España (casi creí que lo ofendería, así de digna es esta hembra cobriza). Me gustaría que pudieras conocerles, pero, en fin.
En casa, por la fiesta de la santa, recuerdo que la limonada alegraba el estómago en espera de sensaciones más fuertes que solo podían pagar el boticario y los empingorotados de su cuadrilla; por acá venden el salpicón de langosta a dólar y medio; eso sin regatear, a precio de turista atontado. Y es más del salario de un mes. Si lo vieras.
No todo es malo, flaca. En las calles la atonía que otorga la pérdida moral y el calor del Caribe dan a estas vidas un componente de sexo que de purito vívido se diría se respira. Mulatas con cuerpo de debla y rostro áspero se cimbrean de un modo tan natural como los chopos de la ribera donde solíamos pasear. ¿Te acuerdas? (Vamos guapazo, yo te haré lo que no te hizo ella) A mis años. ¿Tú ves?
Acá todo huele a revolución, hasta la cerveza lleva el nombre de algún indio precolombino que ya debía ser revolucionario sin leer a Marx. Lo cierto es que opresión ha existido siempre, eso sí. Hoy veo negros de cuerpos atléticos (hay pocos gordos por las calles), que piden el ron con cola, acá es como el vino para ustedes, mesándose una barba inexistente y rebanando con el gesto del índice la nuez: Un cuba libre que dicen, pero esto ya lo sabrás, imagino.
Sería bella esta isla si las gentes pudiesen enfermar con medicinas y morir con ataúd. A pesar de ello es realmente muy hermosa, aunque parezca una contradicción. Me gustaría que pudieses ver tantas cosas, flaca. Los peces, por ejemplo, no se asustan de uno cuando se nada entre las rocas, sencillamente se apartan; viven y dejan vivir. Ah, si hubiéramos conocido antes esta filosofía, verdad, flaca. Y por otra parte todo es ilegal y ficticio: a poco que uno busque, encuentra reboticas y mercerías transformadas en bares con un cajón de madera que siempre parece el mismo al surgir inopinadamente bajo el mostrador. De un tiempo a esta parte ya no siempre echan los cierres de la calle por precaución. Da lo mismo. Para lo que hay.
Trabajadoras que lían cigarros diez horas al día prefieren cobrar en puros antes que dinero que no sirve salvo para comprar en tiendas desabastecidas; los primeros tal vez se vendan en el mercado negro antes de que se sequen, en las segundas sólo se encuentra desengaño y rabia sorda. Hay mucha y llegará un momento en que no sabrán qué hacer con tanta.
Si pasearas conmigo, ya no verías los muros de adobe de la tapia del cementerio como hacíamos al caer la tarde. Verías enormes coches americanos y checoslovacos que son casi de lujo en su herrumbre y en la imaginación de sus dueños por hacerlos avanzar. Viejas casas coloniales que se caen a pedazos con sus antiguos dueños sentados a la puerta. Las gentes remiendan tanto su orgullo como sus ropas en esta tierra. Más incluso. Y ambos harapos les sientan bien.
Leyendo esto tal vez entiendas algo la esencia de contradicción de esta tierra. Lo más seguro es que no; porque ésta isla es un caos, una mezcolanza que rumia carteles revolucionarios pintados hace tres décadas y jineteras de pasiones cansinas que son una unión genial de carne y granito. La vida, la real, tan distante a menudo de la oficial, pulsa en la catacumba de manera incontenible, bajo una apariencia mineral que a nadie le importa demasiado. Tal vez, tan solo a mí, emigrado contra corriente, desheredado y solitario. Las noticias se momifican a diario bajo los embates del salitre y de una luz tan blanca que no terminas de creértela del todo. Quizás me entiendas mejor si te digo que esto sería casi el paraíso a poco que lo dejasen. Si lo piensas está a un jeme de lo que nos pasó a nosotros.
No sé exactamente por qué recuerdo todo esto precisamente ahora mirando entre cristales sucios. Tal vez sea precisamente por ello.
Los gritos que recorren los pasados de cada cual están hechos de canciones suaves y de lamentos que juegan en los campos de la memoria y nos tienen bien cogidas las vueltas de la cerradura del corazón. Salen y entran cuando les parece y lo peor es esa insistencia en golpear en el mismo rincón. Y hacer sangre sobre la sangre coagulada ayer mismo.
Fíjate: anoche recordé la mañana que estrenaste la blusa colorada que te regalé (Está linda la flaca, pibe, dirían en Corrientes) Ahora, viste, me da por recordar el día de la fiesta grande, no hay quien me entienda, de veras. Perdona, flaca.
Últimamente, sabes, apenas pienso en la carne, en el futuro, en todos los hijos que no tendremos. Miguel, un amigo, dice que esto ya está dicho hace tiempo; pero que carajo, sigue siendo verdad y ahora es mío porque me pasa a mí. Es un alivio, pero a veces no estoy seguro de no haber perdido la vida misma. La pequeñez de los campos verdes me ahogaba. Es cierto. Hoy respiro la libertad de las calles atestadas. Tal vez añore algo. No lo sé. En parte ya da un poco lo mismo. Pocas cosas me han vuelto a interesar, a apasionar desde que me marché tan de súbito. Tuve que hacerlo, flaca, eso pienso, eso me repito por las noches cuando los demás duermen y yo lo intento. Pero en algunos ocasos especialmente montunos y bobos dudo y me digo si no será un error todos estos años desde entonces. ¿Será por eso que ando cabizbajo los domingos cuando no hay nada en que ocuparse salvo caminar hasta el malecón rumiando? En fin, ya no tiene remedio.
Creo que te mandaré esta carta. Estoy pensando que no sería malo comprar unos sellos y mandarlo a la valija. Espero que no te molesten estas líneas al cabo de tanto. Tenía que echarlo fuera, flaca; tú me entenderás, lo sé, si no cambiaste mucho. A veces se te encarama una roca al pecho y hay que lanzarla fuera muy de veras porque si no, se abre paso entre la piel y se te disuelve dentro. Después amanecen días en que todo te agota y te duele. Y eso no, flaca, eso no. Ya pasamos lo nuestro en su momento.
No importará mucho que la tires sin abrir siquiera, da lo mismo. Para lo que valía, ya está cumplida. Pero espero que no lo hagas y recuerdes aquella fiesta de la santa en la que no volví a casa y desde la que no te he vuelto a ver. Cuídate mucho y, si no te duele demasiado, acuérdate alguna vez.



P. D.: Por cierto, te dará lo mismo porque no le conoces, pero anoche tronaron al hermano de Ciro en el malecón por un asunto de dólares. Los exilados siguen culpando de todo a Fidel y aquí los que mandan siguen mirando desde arriba. No me importa gran cosa. Tampoco entiendo de políticas. Nunca he creído que el mundo vaya a cambiar de un día para el otro. Tan solo sé que tengo un entierro hoy y no tengo maldita la gana de ver llorar. Verdaderamente, ahora que lo pienso, no creo que estuviese de más limpiar los vidrios. Aunque, por otra parte, para lo que hay que ver fuera.

4 comentarios:

Juan Carlos dijo...

Magnífico, Fernando. Creo que no es tu primer texto en que sale el tema de Cuba. Me gustaría saber si has estado allí, si este texto forma parte de un texto más largo... Aunque bien pensado es lo de menos, lo importante es poder leer palabras con tanto peso.

Fernando Díaz dijo...

Antes de nada, gracias por tu amable comentario, Juan Carlos y contestando a tu pregunta: No, nunca he estado en Cuba, debo ser de los pocos españoles que no han ido en los últimos diez o quince años. En realidad jamás he cruzado el charco, pero como muchos, como todos nosotros, hemos crecido con Cabrera Infante, con Rulfo, con Marquez, con Borges, con el incomparable Carpentier, con las historias de revoluciones, de heroes, de tiranos, de dictaduras, de opresiones, con Salazar, con Allende, con Fidel, con Sandino, con el olor a café, con las papayas, con los tifones y las anacondas, nombres todos ellos extraños y que nos traían desde niños aires de tierras lejanas y de aventuras en playas y manglares.
Para mí América es un estado mental como cantaba Carmen McRae de su Nueva York. Creo que para un español, América forma parte de su cimiento, de su zócalo vital aún sin quererlo o sin sentirlo.
Pero no me pasa a mí solo. Todos creais mundos inexistentes hasta el instante de ser plasmados. ¿No es ese el gran don al que aspira cualquier aprendiz de artista? ¿Mejorar y completar el cosmos?
Un saludo, Juan Carlos y a seguir disfrutando mutuamente.

Anónimo dijo...

Coincido con Juan Carlos. Magnífico relato breve: Buena historia, bien narrada y buen ritmo. Un poco cinematográfico y no me parece mal.
Bravo.

Anónimo dijo...

Cuba siempre da para mucho. Madre de pechos siempre secos, siempre jugosos.