viernes, 6 de mayo de 2005

Nueva leyenda Dorada, próxima a la lluvia.

Leyenda en tono jocoso (pero menos) del catódico santo y héroe Cantamañanas, el temible monitor de plasma y la nuera del rey, enmendando la plana al amigo De la Vorágine, que en santa compaña se halle.

En cierta ocasión, hace largas calendas, llegó nuestro héroe Cantamañanas, aún no santo, a una ciudad llamada Madrid, en la provincia de Madrid, en la comunidad autónoma de Madrid en una tierra que en tiempos se llamó España y ahora era la nación española, así en minúsculas y tal, por eso de no herir sensibilidades. Cerca de la población, como decimos, había un hermoso centro comercial tan gigantesco y lleno de artículos de consumo, tan necesarios y tan absurdos todos, que aquel mar de inmundicias relucientes y llenas de botones no podía ser evitado por ningún viajero que pasase cerca de sus orillas. Aquello si eran sirenas y cantos y no las griegas aquellas y sus birriosos escollos. En él todos querían perderse y anegarse en las deudas y los números colorados y navegar con las velas de las visas, que de hermosas, eran hasta eufónicas y no hay más que leerlo de nuevo. Velas. Visas. En fin, al tema.
Pues bien, en dicho océano, se ocultaba un monitor de plasma tan horrendo, de tal fiereza y tan descomunal tamaño (casi cincuenta mil pulgadas, píxel arriba o abajo), que tenía atemorizadas a las gentes de la comarca, pues cuantas veces intentaron comprarlo o incluso robarlo al descuido tuvieron que huir despavoridas a pesar de que iban fuertemente armadas con mandos a distancia multifrecuencia de última generación y tarjetas de crédito de todos los colores y tamaños. Tal era su precio y su impuesto del valor añadido. A todos causaba pavor su enorme, pero al tiempo cómodo y era éste un grande misterio, pago aplazado. Además, el monitor de plasma era tan sumamente pestífero, que el hedor que despedía llegaba hasta los muros de aquella ciudad legendaria llamada Madrid y con él infestaba a cuantos trataban de acercarse a las orilla de los “parkings” de aquel, como decimos, famoso centro comercial.
Los ciudadanos de Madrid, que aún se llamaban madrileños aunque ya pensaban en cambiarse el nombre por alguno menos ofensivo, arrojaban al centro comercial cada día dos docenas de dvds con grandes éxitos de “cine de barrio” y una arroba de programación nocturna para que el monitor de plasma engullese y los dejase tranquilos, porque si le faltaba el alimento iba en busca de él hasta la misma muralla de la ciudad, los asustaba con la contraprogramación de pago y con el share, y con la podredumbre de su hediondez, contaminaba el ambiente y causaba la muerte a muchas personas que también tenían sensibilidades blanditas y todo eso, que ya es mala suerte nacer con esa desdicha.
Al cabo de cierto tiempo los moradores de la región se quedaron sin dvds o con un número muy escaso de ellos, y como no les resultaba fácil conseguirlos de nuevo en los vips o en el corte inglés, todos comenzaron a temer por las pocas e imprescindibles colecciones de Martes y Trece o de los Morancos que ocultaban en dobles techos y falsas paredes como único sustento de sus senectudes. En ese estado de cosas, celebraron una reunión multitudinaria en la M-30 con su rey en la mediana y en ella acordaron arrojar cada día al parking del centro comercial, para comida de la bestia, un solo paquete de dvds de Operación Triunfo “Primera edición” y de Gran Hermano “Grandes momentos” y como a pesar del gran valor (eran de los pocos que aún guardaban celosamente la Biblioteca Nacional y la SGAE) y antigüedad de dichas reliquias era muy poco para la bestia, se decidió acompañarlo de una decena de espectadores / espectadoras teleadictos / teleadictas (porque el monitor era completamente contrario al uso del lenguaje sexista), y se decidió a telemando alzado (un hombre un mando, un mando un voto) que la designación de éste o esta se hiciera diariamente, mediante sorteo público en el bonocupón o similar, sin excluir de él a nadie. Así se hizo; pero llegó un momento, pasando los años, en que casi todos los habitantes habían sido devorados por el monitor de plasma. Cuando ya quedaban pocos, un día, al hacer el sorteo de la siguiente y lastimera víctima, la suerte recayó en la única nuera del rey, su más preciado tesoro. Entonces éste, profundamente afligido, propuso a sus súbditos:
-Os doy toda mi colección de motos de gran cilindrada y todas mis plumas de firmar leyes aprobadas en el congreso y titulaciones universitarias y hasta la mitad de mi reino si hacéis una excepción con mi nuera. Yo no puedo soportar que muera con semejante género de muerte.
El pueblo, indignado y siempre querencioso de las revoluciones, de las juergas y poco amante de las cosas regias y encumbradas, replicó:
-No aceptamos. Tú fuiste uno de los primeros quien propusiste que las cosas se hicieran de esta manera. A causa de tu proposición nosotros hemos perdido a nuestros yernos y nueras, y ahora, porque le ha llegado el turno a la tuya, pretendes modificar tu anterior propuesta. No pasamos por ello. Si tu nuera no es arrojada al centro comercial para que se la coma el horrendo monitor de plasma como lo han sido hasta hoy tantísimas otras personas, te tiraremos bombas de fabricación casera como a tus antepasados hasta que abdiques y te exilies.
En vista de tal actitud irredenta y asilvestrada el rey comenzó a dar alaridos de dolor y a decir:
-¡Ay, infeliz de mí! ¡Oh, dulcísima nuera mía! ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo alegar? ¡Ya no te veré realmente divorciada, como la realeza británica que era mi real deseo (nunca mejor dicho lo de real, aunque tal vez con algo de abuso)!
Después, dirigiéndose a sus ciudadanos les suplicó:
-Aplazad por ocho días el sacrificio de mi nuera (siempre es bueno algo de rollo cabalístico y pitagórico, ¿Por qué ocho y no veintitrés?), para que pueda durante ellos llorar esta desgracia como corresponde.
El pueblo del foro que siempre ha sido un poco anarquista y acratón, pero con un gran sentido de la incongruencia histórica y que siempre ha sabido jugarse el tipo por testas coronadas que no se lo merecían cuando fue la ocasión, se apiadó y accedió a esta petición; pero, pasados los ocho días del plazo, la gente de la ciudad trató de exigir al rey que les entregara a su nuera (que acababa de llegar de Baqueira con un moreno a lo osa panda) para arrojarla al centro comercial, y clamando, enfurecidos, ante su palacio decían a gritos:
-¿Es que estás dispuesto a que todos perezcamos con tal de salvar a tu nuera? ¿No ves que vamos a morir infestados por el hedor del monitor de plasma que está detrás de la muralla reclamando su alimento?
Convencido el rey de que no podría salvar a su nuera, la vistió con ricas y suntuosas galas y abrazándola y bañándola con sus lágrimas, decía:
-¡Ay, nuera mía queridísima! Creía que ibas a darme larga descendencia, y he aquí que en lugar de eso vas a ser engullida por esa bestia. ¡Ay, dulcísima nuera! Pensaba invitar al bautizo de tu primogénito y mi heredero a todos los reyes y príncipes (ahora está más de moda llamarlos mandatarios, tú sabes) del universo mundial y adornar el palacio de Oriente con margaritas de Sibila y cretonas de Armani y hacer que resonaran en él músicas de órganos y timbales. Y ¿qué es lo que me espera? Verte devorada por ese monitor de plasma. ¡Ojala, nuera mía, -le repetía mientras la besaba- pudiera yo morir antes que perderte de esta manera! (Pero en este último punto tampoco insistió demasiado, la verdad)
La anteriormente conocida como presentadora (como aquel que antes había sido Prince) se postró ante su padre político y le rogó que la bendijera antes de emprender aquel funesto viaje. Vertiendo torrentes de lágrimas, el rey la bendijo; tras esto, la joven salió de la ciudad y se dirigió hacia el centro comercial, dejando tras de sí las murallas de Madrid que estaban llenas de ciudadanos expectantes, porque a falta de programas, bueno es el morbo real, aunque menos.
Cuando llorando caminaba a cumplir su destino, Cantamañanas (que ya se hacía de rogar en entrar en la historia) se encontró casualmente con ella y, al verla tan afligida, le preguntó la causa de que derramara tan copiosas lágrimas.
La consorte principesca le contestó:
-¡Oh buen joven! ¡No te detengas! Sube al próximo pelas que pase a tu lado y huye a toda prisa, porque si no también a ti te alcanzará la muerte que a mí me aguarda.
-No temas, bella y delgada nuera -repuso Cantamañanas-; cuéntame lo que te pasa y dime qué hace allí aquel grupo de gente acodadas en las murallas que parece estar asistiendo a algún espectáculo o cosa parecida.
-Paréceme, piadoso joven -le dijo la doncella- que tienes un corazón magnánimo. Pero, ¿es que deseas morir conmigo? ¡Hazme caso y huye cuanto antes!
El futuro santo catódico insistió:
-No me moveré de aquí hasta que no me hayas contado lo que te sucede.
La muchacha le explicó su caso, y cuando terminó su relato, Cantamañanas le dijo:
-¡Nuera ilustrísima, no tengas miedo! En el nombre de Cristo y de Benedictodieciseis yo te ayudaré.
-¡Gracias, valeroso soldado de la verdadera fe! -replicó ella- pero te repito que te pongas inmediatamente a salvo si no quieres perecer conmigo. No podrás librarme de la muerte que me espera, porque si lo intentaras morirías tú también; ya que yo no tengo remedio, sálvate tú.
Durante el diálogo precedente el monitor de plasma sacó uno de los altavoces (ya que era un auténtico monitor estereo, dolby surround 5.1) de debajo de las aguas, braceó con los cables (es decir cableó) hasta la orilla del centro comercial, salió al cemento del parking y empezó a avanzar hacia ellos. Entonces la doncella, al ver que el monstruo se acercaba, aterrorizada, gritó a Cantamañanas:
-¡Huye! ¡huye a toda prisa, buen hombre!
Cantamañanas, de un salto, se acomodó en el peseto tuneado que acababa de pasar a su lado, se santiguó, se encomendó a Dios y a la santa tradición, enristró su móvil lleno de melodías con sonido real que había descargado de los anuncios de Crónicas marcianas, y haciéndole vibrar en el aire y espoleando a su nueva cabalgadura, ajustó el GPS, bajó bandera y se dirigió hacia la bestia a toda carrera, y cuando la tuvo a su alcance hundió en su cuerpo el móvil de tercera generación y la hirió mortalmente. Acto seguido echó pie a tierra y dijo a la joven:
-Quítate el cinturón y sujeta con él al monstruo por el pescuezo. No temas nada procaz en mi mandato, bella nuera; haz lo que te digo.
Una vez que la joven hubo amarrado al monitor de plasma de la manera que Cantamañanas le dijo, tomó el extremo del ceñidor como si fuera un ramal y comenzó a caminar hacia Madrid llevando tras de sí al monitor de plasma que la seguía como si fuese un perrillo faldero. Cuando llegó a la puerta de la muralla, el público que allí estaba congregado, al ver que la doncella traía a la bestia, comenzó a huir hacia las cavas, altas y bajas, y al campo del moro dando donde aún había parejas de esposos haciéndose el reportaje gráfico – a saber: dvd y fotos con cortinillas y virados ridículos-, dando fuertes voces y diciendo:
-¡Ay de nosotros! ¡Ahora sí que pereceremos todos sin remedio!
Cantamañanas trató de detenerlos y de tranquilizarlos.
-¡No tengáis miedo! -les decía-. Dios me ha traído hasta esta ciudad para libraros de este monstruo. ¡Creed en Cristo y bautizaos! ¡Ya veréis cómo yo mato a esta bestia en cuanto todos hayáis recibido el nuevo bautismo!
Rey y pueblo se convirtieron a la nueva realidad de las televisiones libres y gratuitas y, cuando todos los habitantes de la ciudad hubieron recibido el bautismo, Cantamañanas, en presencia de la multitud, del emperador Polanco, del grupo Recoletos, de la presidenta de la comunidad y del malquerido alcalde y su pregonero de fiestas, abrió su móvil de doble hoja y cámara de un mega con flash y con él dio muerte al monitor de plasma, cuyo cuerpo, arrastrado por cuatro parejas de iPods, fue sacado de la población amurallada y llevado hasta un campo muy extenso que había a considerable distancia en la que fue pasto de jóvenes cibernautas descerebrados que posteaban los mods del Doom 3 y del Half Life 2 en aquel preciso momento. Fue un final horríbilis, como el año de la reina albiona, tiempo ha.
Tres millones de espectadores se bautizaron en aquella ocasión. El rey, agradecido, hizo construir otra enorme antena en forma de pirulí (pero esta vez la diseñó Calatrava por eso de no ser menos que la ciudad condal que ya se había llevado la liga y no era cuestión), dedicada a Santa María de la Cope y al propio Cantamañanas. Por cierto, que al pie del altar de la citada antena comenzó a manar una fuente muy abundante de agua tan milagrosa y llena de hertzios que cuantos enfermos de información bebían de ella quedaban curados de cualquier dolencia que les aquejase, apareciendo milagrosamente tan desinformados como niños de tres años y en la misma santa pureza para recibir las nuevas verdades.
Igualmente, el rey ofreció a Cantamañanas una inmensa cantidad de royalties que el santo no aceptó, aunque sí rogó al monarca que distribuyese la fabulosa suma entre los pobres, editando el “making of”, “las tomas falsas”, los politonos de la batalla y los fondos de pantalla correspondientes. Unos pingües maravedíes eso sí que a todos satisficieron.

6 comentarios:

GVG dijo...

Muy bueno, muy bueno, muy bueno, ironía a raudales acerca de la televisión que nos toca ver, con intelegencia, con maestria, en fin lo que no encuentro en otras publicaciones...

Anónimo dijo...

Merecería la pena poder verlo publicado.

Anónimo dijo...

¡¡¡ JA, JA, JA !!! ¡¡¡ MUY BUENO, MACHO !!!

Juan Carlos dijo...

Siempre tuvo mucho sabor la ironía en tu boca, Fernando, el esfuerzo que hayas necesitado para este texto merece la pena hasta la última letra.

Anónimo dijo...

Toda una parodia de la realidad más cotidiana. Y la leyenda dorada medieval como trasfondo seguida al dedillo. Muy original. Muy mordaz.

Wallenstein77 dijo...

Hola a todos:
Un relato muy interesante por cierto y con mucha mala leche en sus palabras.
Saludos a todos.