jueves, 23 de julio de 2009

A los almantecados les llaman madalenos

Dimas el cabezacubo fumaba la faria con displicencia, con la pava colgada fría en el labio inferior. El patriarca de los Pichita miraba la letanía de público que atestaba su casa con la resignación y al tiempo, la ausencia de incomodidad que sería razonable esperar.
Petra, la hija mayor de los guardeses de la casa del lobo se acercó a dar el parabién.
- Don Dimas, que sea enhorabuena, abuelo otra vez.
- Abuelo o padre, que sabe nadie.
- Jesús, que cosas tiene.
Las hermanas coritas, solteras y virgos con razón rieron nerviosamente la ocurrencia. Pedro Pablo, el hijo del Dimas y a la sazón, padre civil del retoño escuchó la salida y disculpó con la sabiduría milenaria del que pace en tierras que han pisado cientos como él, pero antes que él mismo.
- Mientras yo llegué y la tenga libre…
Cerca el Saturio, entre la prole que gritaba bajo las patas de las sillas, se quejaba de los dineros en impuestos que pretendían cobrarle en el catastro capitalino.
- Y no me dicen los hijos de puta que tengo que pagar por las tierras. No tienen ni puta idea. Lo que digo yo, ni puta idea y una mala sombra que pa qué. Lo que le decía al memo que vino a la casa, que yo no tengo tierras, coño, que en el predio todo el mundo sabe que tengo olivos, el olivar que heredé de mi tío. Que leches de tierras.
Los hombres asienten silenciosamente en el entendimiento de la injusticia que viven colectiva y apuran al tiempo las palomitas y los solisombras.
Tras la cortina gruesa de colores vivos, tres comadres ajenas al tema, cuchichean de la noticia que conmociona en tanto al pueblo.
- Lo que yo digo, que vas a hacer si te toca.
- Si te toca te toca y es de Dios
- ¿Pero te lo contó así?
- Como te lo estoy diciendo a ti. Abrió la puerta y le vio los ojos desencajados. Sin mediar palabra le escondió en el desván. Había hecho una muerte en la Roda por lo que dicen. Lleva una semana.
- Lo que digo, si te toca te toca
El sol dejaba el muladar socarrado y como sin sombras. Todo era de un blanco excesivo y sin color. Las cigarras se hacían presentes con su monserga y los saltamontes golpeaban las perneras de los pantalones al andar.

(Justo, gracias por el atraco)

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