lunes, 27 de abril de 2009

Forty Nuts (perhaps chestnut)


Cuarenta castañas, my friend. Hay que joderse. No me lo creo, no me siento como se supone que debería sentirme. Aunque es cierto que si volvemos la cabeza, empezamos ya a ver mucho trecho tras de nosotros. El vértigo, el abismo, la nostalgia…

Pensando en voz alta, la nostalgia no deja de tener, al menos en apariencia, dos partes fundamentales: Un poco de miedo a envejecer y sobre todo, una pizca de constatación de que vamos dejando cosas detrás que ya nunca serán. O que serán de otra manera menos agradable. Y eso no mola nada, porque nos lleva a lo primero, el miedo a envejecer, a morir, al tiempo que huye, a dejar de ser y ya está. ¿No decía Virgilio aquello de que el tiempo pasa irremisible, intensamente?

Ahora que lo pienso, tal vez por eso amemos la belleza. En realidad, necesitamos de la belleza. O al menos sea una buena explicación para ello. Porque lo bello escupe a la cara a lo viejo, a lo imperfecto, a lo decadente. Lo hermoso no necesita del tiempo, es eterno, es inmanente, no necesita traducciones, es más, no necesita ni de idiomas. Es impositivo, es terrible en su contundencia. Y además de lo anterior, la belleza es la felicidad. Pero no una, sino muchas de las felicidades posibles. Y confieso que también me pesa saber que a la mayoría de ellas también las he dejado atrás. Y me deja físicamente un nudo en las tragaderas ver que no experimentaré nunca su sabor. Y ver o creer ver al menos que el sabor habría sido dulce y que no lo sabré nunca. Ya no lo comprobaremos nunca. Esta es una de las claves de hacerse mayor y de madurar. Y una de las cosas que nos unen es que compartimos algunas de esas felicidades posibles. Y tenemos varias opciones (siempre las hay): Dejar correr el tiempo. No desvelar la cortina. No importarnos si lo que has dado la espalda todavía alienta o ha muerto. Comprobar lo obvio, que la vida se impone y que las felicidades, en minúscula o en capital arial, al final surgen entre los rescoldos. Constatar que los corazones aunque puedan romperse suelen estar hechos de corcho y felizmente, terminan flotando. Aunque sea entre las aguas de una sentina y claro, con esto último se pierde una de glamour que no veas.
A los diecinueve todos solíamos enamorarnos de quien no podíamos y desde luego, de quien no debíamos. La sinceridad ya comenzaba a no ser obligatoria para nadie, pero aún no estábamos jodidos del todo porque la peña tiende a ser sincera si se reconoce aferrada a la belleza. A cualquier tipo de belleza. Ahora, a lo más, somos místicos de salón y tal vez por ello se nos olvidó como tratar las penas ajenas. Al menos a mí.
Tras las hogueras, quedan finalmente trozos de carbonita, tan brillantes, tan escasos, pero tan pulidos y rotundos que da gloria verlos. No habrá mucho de mí, pero lo que quedará sera mucho mejor, mucho más duro, mucho más aquilatado.
Y sobre todo lo anterior, por encima de todo, estamos aquí, todavía estamos aquí. Y somos el tiempo que se nos ha dado, el que hemos vivido y el que nos quede.
Cuarenta castañas, my friend. Take a drink. A mi salud, güey. A la vuestra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Veo que los cuarenta te han afectado.(je,je)
Creo que da igual la felicidad que tengas, mientras sea felicidad. Puede que hayas dejado pasar algunas, pero si las hubieras vivido seguramente no podrías vivir la que tienes ahora.Y también seguirías pensando que se ha pasado alguna felicidad. En el fondo, lo importante es ser feliz, o por lo menos creérselo, o por lo menos intentarlo.
De todas formas cuando miras atrás es cuando te das cuenta si eres feliz o no, ya que en el momento muchas veces no te das ni cuenta.
Muchas felicidades y que cumplas otros cuarenta más!!

Pati

Anónimo dijo...

¡¡ BUEN JUEGO DE PALABRAS !!
felicidades desde Cáceres