lunes, 26 de enero de 2009

Generalidad XXXVII

En este terruño de taifas, patria de costuras desgajadas y solar de hermanos malamente avenidos, vemos de modo claro las inercias nacionalistas que tienen mucho de centrífugo y de centelleo etno-lingüístico.
La reserva del catolicismo trentino ha devenido en un potaje nacional en el que con la misma vara de medir cuestionamos lo centralista y lo americanista, que no deja de ser otro tipo de centralismo más tocho pero con chorreras transatlánticas, que queda como de paquebote marsellés. Mucho más fetén.
Lo que damos en llamar de manera común, civilización occidental, y que ahora cuestionamos por los sinsabores malquistos que se nos vienen encima desde las entretelas de la intendencia económica es bastante más reciente de lo que cabría pensar.
Sería al inicio de los ochenta, cuando Guillaume Faye daba nombre a ese sistema que catalogaba como eminentemente depredador y cainita. Y no era para menos a juzgar de su opinión, porque el amigo Faye decía que su objetivo era imponer una civilización universal basada en la dominación de la economía como elemento fundamental de su forma de vida y despolitizar a los pueblos en provecho de una gestión de alcance mundial. Ya nos hablaba, pues, de la globalización y de la buchaca como elemento de dominio en lo universal. Dicho sea, aunque es tan evidente que nada aporta, desde el podio de la izquierda divina de la vieja europa.
Dicha civilización ha producido una estructura global de poder a la que podría designarse como “sistema occidental”. Esta gran malla reticular cuyo epicentro se encuentra (what else?) en los Estados Unidos y cuyos mecanismos de expansión responden menos a los modos de operar de los viejos imperios que a los grandes potenciales de las legiones financieras que conforman sus arterias.
Y ¿cuál ha sido el resultado? ¿Qué hemos obteniendo las tres últimas generaciones, por decir algo? Es evidente, que entre otras cosas, una modificación radical de los comportamientos culturales que confluyen en la asimilación por el modelo americano (Mr. Marshall se impone tras haber sido más o menos bienvenido).
Por cierto, exactamente el mismo efecto que había tratado de producir el otro gran proyecto universalista en competencia: el marxismo soviético, respuesta ficticia al dominio de la civilización occidental y cómplice objetivo (al menos en una vertiente inconsciente) del americanismo en ese proyecto titánico de aniquilación de las diferencias culturales.
Frente al neocolonialismo occidental-soviético sólo cabe pues, según este autor y sus prosélitos, una reacción posible: la respuesta etno-nacionalista, en la actualidad, única salida verdaderamente revolucionaria habida cuenta de que su competidor serio, el universalismo marxista, parece haberse desplomado con el Muro de Berlín.
A la postre, revivimos otra tradición europea: El etnonacionalismo - con origen en la obra de autores tan aparéntemente lejanos como Maquiavelo -, que habría quedado enterrada bajo el peso del dominio del brillante cosmopolitismo científico de las luces arrancadas en la ilustración, y que los europeos de la segunda mitad del siglo pasado, reciben ahora de carambola por impulso de los movimientos de liberación nacional de los países del Tercer Mundo contra el malvado imperialismo igualador de Occidente.
Y la nave va.