miércoles, 29 de junio de 2005

Aunque lo seáis

Aunque seáis renegados,
mandadme pétalos secos con el recado.
No me importará que tengáis los ojos momificados
y en ellos crezca libre el musgo de vuestro silencio.

Aunque ya no os reste más que preguntas
mandadme bolsas repletas con promesas sin destino.
Las forzaremos a florecer sobre los quicios de las puertas,
tras las ventanas cerradas por lutos ciertos,
junto a los pasteles tristes en días de fiesta,
en los corredores largos y en los armarios ciegos,
durante los domingos amargos,
en los cuadernos famélicos,
dentro de todos nuestros hambrientos corazones ahítos.

martes, 28 de junio de 2005

Generalidad VI

No todas las opiniones valen lo mismo.
Defiendo la posibilidad de poder airearlas libremente. De ningún modo el hecho de que, una vez expresadas, tengan todas ellas la misma inteligencia, valía o simple oportunidad.
Es de perogrullo, pero no está de más recordarlo.

miércoles, 22 de junio de 2005

Antecedente VI (La memoria de los inicios)

Hay ocasiones, cíclicas, pero afortunadamente no demasiado continuadas eso sí, de lo contrario empezaría a preocuparme, en las que trato de recordar el momento impreciso y probablemente inexistente como tal momento concreto en el que este veneno, esta tenia compartida por miríadas, de emborronar papel con mayor o menor acierto comenzó a recorrerme los intestinos.
Suelo arribar generalmente a vaguedades parecidas, a momentos igualmente lejanos y como diría mi tocayo Sánchez Dragó (hace mucho que no se lo escucho, pero antes era coletilla habitual) mistéricos, “palabro” curioso que tiene un no se qué de impreciso y oriental, a lo película “indochina” o mejor aún, a lo último emperador que es como más superproducción.
Aparecen, como digo en mis recuerdos, diversas voces, múltiples ecos, ejerciendo presiones similares, pero sin sobresalir las unas sobre las otras. Y no sé porqué me parece que a la mayoría de los infectados nos sucede o bien lo mismo o cosa parecida.
Aparece mi madre, obviedad tal vez, pero no por ello menos recuerdo debido y en mi caso, absolutamente cierto y necesario. Maestra particular y nodriza, quizás no de la escritura como tal, pero sí de las lecturas primeras, causahabientes de aquellas estas.
Surge luego, algo más desdibujada, hace más de una década que no la veo, la señorita Amparo, modelo de docente de infantes, entregada a cada nueva generación de niños con un amor intacto, íntegro, tal vez sustituto y vicario de los que ella misma no tuvo nunca.
La veo delgada, de sonrisa delicada, de trato amable. Incrementó mi vocabulario, mi mundo y mi modo de verlo y de atraparlo al modo de Wittgenstein (¿verdad Gonzalo? En esto tendrías mucho que aportarnos) La recuerdo preocupada y preocupando a la vez a mi pobre madre con mi aparente desorientada evolución en años posteriores de adolescencia. Tiene gracia, yo que de puro pavo, aburrí casi siempre a los adelantados de mi quinta. Bueno, tiene gracia al verlo ahora con una cierta lejanía. En su momento no tenía ninguna. Supongo que le alegraría conocer el desenlace no del todo desafortunado de su celo. Mi madre no, porque lo tiene delante, la verdad.
Aparece don Fidel (otro diferente, no el que acapara el nombre con su personalidad estentórea y formidable desde la vieja española). El otro don Fidel, el mío, con su don tan integrante del nombre en mi memoria como el señorita en el caso de Amparo.
Le recuerdo estimulando, haciendo crecer las ganas de leer, que ya no eran primerizas a eso de los trece, y el tímido amago de la escritura esbozada en aquellas redacciones de “para mañana cien palabras sobre...”, el no hacerlo excesivamente mal, el aliento a mejorar, el constatar que tal vez era algo para lo que valía, algo que me daba algo respeto, algo de admiración y notoriedad. Tan necesaria a esa edad como la capacidad que tenía para falsificar para los demás las notas de los exámenes de física. ¿Qué ganaba yo en ese mejunje? Lo mismo, destacar un poco del magma mediocre. Es tan difícil ser adolescente, verdad.
El pobre don Fidel tenía una peculiaridad lastrante que aún hoy recuerdo. Arrastraba entre la chavalada mefítica el estigma de un divorcio, que los más enterados (los que conocían ya el sentido privado que tenía llamar a las teresianas lefosas. Confieso que yo no entendía nada de nada, pero sonreía cómplice como el que más) decían deberse a que su mujer se la pegaba con otra. Nada más terrible con catorce años. Cornudo y sustituido por una hembra en las obligaciones del macho, que la verdad no sabíamos con certeza cuales eran, pero debían ser fundamentalmente contrarias a las de las hembras. Faltaría más.
Espero sinceramente que nunca haya llegado a ser consciente de estas manifestaciones de crueldad elemental de aquella banda de imberbes a los que el pobre hombre trataba de desbastar no siempre con éxito.
Recuerdo también al Pof, don Pedro Ozaya Fuentes, otro de mis inefables hermanos lasalianos. Aparecen nítidos sus modales suaves, su paciencia infinita. Desde el acantilado del tiempo le veo como un antecedente del Malkovich desdeñoso que descubriría años después, pero éste real y con babero. ¿O nunca llevó babero el Pof? ¿Mezclaré las fotos de las promociones de los pasillos con mis propios recuerdos? Tal vez me pase un poco como al protagonista de la última novela de Umberto Eco. Tal vez nos pase a todos.
Recuerdo comenzar a leer por aquella época con algo de desmesura y un poco desmañadamente. Debía de andar por la quincena. Me veo tirado en la cama de colchón de lana que tenía en casa de mi abuela aquel verano, leyendo la Iliada y el Ivanhoe. Con la misma pasión, con la misma necesidad de héroes, de paladines, de admiración entronizada, de ideas sencillas.
Recuerdo, como muy próximo a aquellos días, aprender, no se bien como, que las mujeres, que ya me empezaban a gustar, amaban la risa, la suya por supuesto, la inteligencia, en este caso la de los demás, y la sensibilidad que no la blandura. Información harto valiosa para un adolescente granujiento. Atisbé que la poesía podría ser buena arma de conquista, buena escala para lienzos menos pétreos, magnífica y vieja torre de asalto para nuevos bastiones personales. El camino era cierto, ¿pero donde nacía el cauce de la belleza, de la magnificencia? ¿Dónde se podía llenar los cantaros de ese agua fresca?
No fui obviamente el primero, ni seré espero el último de la nobiliaria estirpe de falsarios y fulleros de la belleza. Transcribí, pues como supondréis, con literalidad de copista a Bécquer, a Salinas, a Darío y a tantos que ya ni recuerdo. Confiaba en el más pobre conocimiento de estor gigantes de la palabra por parte de mis tiernas e, y perdónenme por ello las eróticas musas, incultas amadas. Y así era. Para colmo, la cosa solía dar resultado, lo confieso. Las nuevas y anunciadas jerusalenes terminaban cediendo al arrullo de las trompetas prestadas que la presunción y la curiosidad vital conseguían hacer propias. Yo tan solo debía detener con suavidad interesada su caída. Confieso en mi descargo que en aquellos días no sabía ni bien ni mal que hacer con aquello que tenía en los brazos. Escapaban tan inermes como llegaban. E imagino que doblemente desilusionadas. Pero eran tiempos en los que pecaba de tal modo en la bisoñez y en el cucharismo que no se podía esperar cosa alguna que a ninguno aprovechase.
Pero acaba de descubrir el poder, la fascinación de la palabra escrita.
Comenzaron los primeros textos originales de los que creo guardar memoria a mis dieciséis. Hará por tanto un par de décadas que puedo decir que escribo, o que trato de hacerlo lo mejor que soy capaz. Y lo digo sin falsa modestia porque reconozco sin pudor que leo textos pasados y me avergüenzo de muchos, realmente me pasa con la mayoría de lo que escribo. Pero, ¿quien no lo hace de nosotros? ¿Quién está libre de culpa? Escribir es casi siempre desnudarse y estamos educados en una tradición de pudores inconfesos.
Me inicié pues como tallista aprovechado del verso y alumno aventajado de la escolanía utilitarista. Usaba el verbo para llegar a donde no lo hacía la bolsa o el rostro. Siempre me fue razonablemente bien. Y no penséis mal. He usado este método conscientemente tres o cuatro veces en mi vida que pueda catalogarse de algo que no fuera onanismo de querubín y la última ocasión, para hostigar a mi recién y querida esposa. Siempre fui veraz. Siempre interesado. Ellas me entienden o al menos, así lo espero.
Pero avancemos, Acababa de cambiar de facultad, tras mi fracasado paso por las ingenierías, cuando contactó conmigo un compañero de aspecto enjuto y sobrio, que no sombrío. No recuerdo como supo de mi existencia y menos, como conocía que me gustaban estas bregas, pero entre las muchas virtudes de Gonzalo, pues de él se trataba, siempre figuraron el husmeo inteligente, la inquietud sagaz, el manoseo del catasalsas algo inconstante, pero siempre interesante. Estamos creando una tertulia o algo parecido me vino a decir. ¿Te apetece participar? Y por que no.
Tenía unos diecinueve años. Y empezamos a reunirnos los domingos a eso de las intempestivas horas de cuatro y media o cinco de la tarde. Creo que la primera vez que fui, ya llevaban un par de meses reuniéndose, no recuerdo el nombre del bar, pero le tengo en la retina, junto a la cervecería alemana Ángela en la calle del doctor Cazalla de Valladolid. No me digan que no tiene guasa el nombre de la callecita.
Y el círculo de contertulios era de todo menos aburrido. Recuerdo a Pablo, el mayor, el más adulto, el aspirante a líder un poco ninguneado; amante de la Callas y de Giulini, culto, amanerado y un tanto presuntuoso, pronto se aburrió de aquellos primerizos. Estaba también el médico, no recuerdo su nombre, ¿os acordáis? Es difícil ser más raro. Desapareció un buen día emplazándonos para cinco años después o cosa parecida. Estaba Ernesto, nuestro jurista que luego se convertiría en opositor sempiterno, también el inteligente y poliédrico César, que no escribía y era una pena, pero que tantos caminos musicales me descubrió. Gracias a él aprendí a amar a Mozart, pero también Böhm, Gould, a la Schwarzkpof, a Siepi, a Gardel. Siempre preferí su escuela a la de Pablo y ahí andamos aún prefiriendo el Mozart más germánico y rotundo. Gonzalo siempre fue (o debería decir era) Beethoveniano y se quedaba ante todo, con el solitario Fidelio, Siempre tuvo una visión más total del artista consciente un poco con el halo del romanticismo histórico. A lo Goethe para entendernos.
Pocas, muy pocas mujeres, ninguna duradera y casi mejor para lo que tuvimos (Chopin es taaaan exquisito. Y así, ya me diréis) Y tómese esto no como un atisbo machista sino como una constatación veraz de aquella realidad que cuento hoy tamizada por mi memoria. Pero conste que admito comentarios a lo dicho, como veis.
Conocí a Juan Carlos y a Félix, ambos envenenados por las tablas, ambos con sus grupos de teatro. Recuerdo a Félix con unos cinco o así años menos que la mayoría y con una maestría que siempre le envidié. Pensé en aquellos años que era el mejor de todos nosotros en aquella época y lo continúo haciendo.
Una pequeña confesión: He conocido en mi vida a dos casos de superdotados, uno fue el compañero de colegio que hoy es cirujano maxilofacial y que Gonzalo entremezclaba en las veras ficticias de uno de sus relatos y el otro era Félix, que insultaba sin querer nuestras pobres inteligencias con sus mil lecturas, su dramaturgia, su programación en assembler o en c, su red doméstica, cuando montar una red estaba al alcance de muy pocos y en fin, no sigo para no avergonzarle más, que para colmo es discreto y poco amigo de bullangas propias.
Estaba, como olvidarle, Fernando Gallego, el más sensato de todos nosotros, brillante, racional. Dotado en mayor medida si cabe con el don de la palabra oral que con la escrita. Todo un placer disponer de su criterio, de su opinión. La última vez que le vi sería hace cinco años con su mujer, casualmente en Sanabria, haciendo de turistas domingueros todos nosotros. Yo iba con Joaquín y la que ahora es su esposa, que no escribió nunca en los Cuadernos de Tertulia e hizo mal, porque es persona brillante y con mucho e inteligente caudal para aportar. Al menos nos diseño una de las primeras portadas, homenaje a Quevedo. No sé si os acordareis.
Se me olvidaba el detalle, Fernando ha regresado de las nieblas de los días transmutado en Caque, probable sobrenombre más real y familiar para sí mismo, pero alter ego para mí al menos.
Recuerdo al amigo Burón alias Byron (¿os acordáis de aquellos dos números que terminamos sacando el nombrado Byron, Gonzalo y yo mismo?), que conversaciones de tardes de verano. Aquello parecían clases de pretecnología eligiendo los afiches y las decoraciones algo naifs y pretenciosas que acompañaron a los textos.
Recuerdo ahora a la novia del amigo Arija ¿es tu esposa hoy o ha pasado de todo en esta década que hace que no nos vemos? La recuerdo perfectamente porque amábamos por igual a Battiato. Ella tuvo la amabilidad de grabarme unas cintas con varios discos impublicados en España. Después es verdad que he comprado muchos cedés, algunos en la propia Italia, he visto conciertos en vivo y en dvds, pero jamás volví a tener ese momento de emoción como cuando llegué a casa con aquel tesoro regrabado (no estaban los tiempos para pagar cintas vírgenes) Un trozo de mi memoria para ella, aunque ahora no consiga recordar su nombre. Pero queda el perfume.
Estuve al lado de toda esta banda y muchos que me dejo, Polonio, Cívicos, ... pero excusareis que lo haga por aquello de la azarosidad de los recuerdos y la estética particular del guión. Salvedad hecha para Aurelio, ejemplo de que el exceso de conocimiento provoca inmovilidad así como un poco de infelicidad.
Estuve caminado a su lado como os digo durante más de siete años. Leímos juntos, aprendimos y crecimos al tiempo, creamos asociaciones civiles y universitarias, peleamos por subvenciones, editamos revistas, intercambiamos discos, aprendimos lo que cuesta hacer exposiciones en nuestra Castilla, grabamos extrañas jam sessions literarias, nos reunimos en decenas de bares, en centros cívicos, en las casas de nuestros padres, nos reímos mucho e imagino que en algunas ocasiones acabamos hasta las narices los unos de los otros.
Pero os confieso una cosa, jamás hicimos nada a la altura de la propia brillantez de las reuniones que resultaban felizmente brillantes. Si algo fuímos era grandes conversadores. Chicos raros, carne rancia para la máquina. Recuerdo una ocasión magnífica que grabé en cassette y he oído años después: Caque, Aurelio, Juan Carlos, Gonzalo y yo mismo. Recordad los aludidos, estábamos en el centro cívico que estaba junto a la plaza de España, no recuerdo su nombre, en el que Juan Carlos representó en otro momento. Oirlo es comprender porqué seguiamos juntos. Había poso sin duda.
Confieso, que en mi caso, al final la burocracia y el papeleo de la asociación y la revista me hastiaba. Imagino que a todos nos pasaría lo mismo. Entraron nuevos compañeros. Al principio me ilusionó el ver a otros continuar con algo que siempre esperamos hacer institucional en la Universidad de Valladolid y ser reconocidos como miembros fundadores y esas cosas que siempre agradan aunque se quiera aparentar cosa distinta, pero la realidad es que el salto generacional resultó palmario y en mi caso, mortalmente aburrido. Me aburría sobremanera redescubrir lo que ya había hecho diez años atrás. Comencé a avergonzarme de algo que hoy todavía de manera más acusada no puedo tolerar: el voluntarismo y las buenas intenciones como aportación fundamental, como activo único para sentarse como comensal con derecho a cuchillo y tenedor. Ya no era tiempo de promesas, creía llegado el momento de la realidad o el silencio, a poder ser fructífero.
En aquel momento la enfermedad de mi padre, mi marcha de la ciudad y todo lo demás, decidieron también por mí en parte una desaparición anunciada. Todo cuadró. Durante todo este tiempo al menos así ha sido.
Recuerdo una conversación con Félix en el puente frente a la escuela de ingenieros. No lo abandones nunca me dijo, lo de escribir, no sé si se acordará de aquello. Yo no he podido olvidar la respuesta. No podría, le dije. Más como reto a mi mismo que como certeza que por otro lado no podía tener, como en realidad no se tiene ninguna. Pero así ha sido.
Han pasado ocho años y muchas cosas han sucedido en el ínterin, es materia privada y se contarán en otros foros, frente a unos vasos si se tercia la ocasión. Hace unos pocos meses reaparecieron de las gusaneras del olvido algunos de mis viejos compañeros de velamen (¿faltarán más aún?) Gonzalo, Félix, Juan Carlos, el transustanciado Caque y otros remeros nuevos (Santi, Lidia) Algo tuvo que ver en ello el amigo Palacios. En eso como en su original y inesperado regalo de bodas, siempre le estaré agradecido. El me entiende, aunque no nos veamos demasiado. Demasiados buenos momentos le debo y le deberé.
¿Y en que andamos? O dicho de otra manera ¿Cómo seguimos con el argumento del que al parecer falta para poder bajar el telón? ¿Revista virtual, vaivén de blogs, plumas contra bits, adsl y mail de empresa?
Yo se lo explicaré o lo trataré al menos y además de manera muy concisa: Estamos en la búsqueda del libro perdido de san Agustín, seguimos buscando lo hermoso y lo conveniente, lo pulcro y lo apto. Y en ello andaremos unos años más, me temo.
Pasen y vean pues, el “Freak Show Literary Circus”. Con el permiso tácito de los Monthy, que no anda la cosa para demandas de propiedades contrariadas.

jueves, 9 de junio de 2005

Generalidad V

En la mayoría de las ocasiones nuestros actos se cimientan más en el temor punitivo que en la búsqueda de recompensas morales. Nos inclina pués de modo más feroz, más eficaz, la reprimenda que el premio, el temor que el amor. Así somos al parecer.
Nunca está de más recordar lo poco que de novedoso hay en este ser humano del infantil siglo veintiuno. Eso nos otorga perspectiva y serenidad, aunque es verdad que un algo de apego a la inactividad y otro algo de incredulidad. Pues bien, ya hace bastante tiempo, Hobbes sistematizó, en mi opinión magistralmente, algo que supongo que siempre se supo de modo tácito o intuitivo: Al hombre le inclinan hacia la paz el temor a la muerte, el deseo de las cosas necesarias para una vida confortable y la esperanza de obtenerlas mediante el trabajo. Un capítulo más en el sempiterno problema de la búsqueda de la felicidad.
Es curioso constatar como el propio filósofo, hastiado al parecer de puñaladas palaciegas y ya octogenario se entretuvo en escribir su autobiografía en dísticos latinos y en realizar unas traducciones de Homero al inglés que, dicen los entendidos, son magistrales. Tal vez, al final, descubriese de manera muy personal qué era lo que hacía feliz. Pero, ¿acaso la felicidad no es en su esencia algo eminentemente individual?

martes, 7 de junio de 2005

Solo bruma

Nada subsiste dicen, al cabo, más que el disgusto, el hartazgo, el desagrado que abotarga las existencias cansadas. Aún hoy para mí, afortunadamente, hay movimientos de cadera, melodías, cargas estáticas, señas y sabores que me enervan y me alejan del yo que permanece embobado frente a los monitores y paga impuestos con exactitud suiza y temor mesetario.
Pero ahora permitidme, un instante de silencio para los eternos terceros en desgracia, a los que venden árnica para las heridas como vino en fiesta grande, a los que piensan con Nasón que estamos en la auténtica edad de oro porque todo se compra y se vende a su arbitrio. A ellos todos, nuestro afecto enlatado y nuestra caricia solidaria y fácil. Viaje por tanto nuestro homenaje en clase “business” para que llegue descansada y fértil al rendimiento.
Yo cierro los párpados pensando en vosotros, bien despierto por otra parte y me parece que los días pasan con una premura digna de mejores empeños y que detesto porque me aleja con fuerza de ciclón de lo que me ama, que no de lo que amo, que también me huye pero en contrario sentido.
Y todo ello, os confieso, me apena porque ya desde mi cercana, pero recién extinta juventud, me creía bien pocas cosas. ¿Nada existe realmente con certeza y violencia luminosa? ¿No tendré la fortuna de caer cegado del caballo? ¿Qué nos pondremos hoy para salir de alterne intelectual y no ir en cueros vivos? ¿El nadismo del ninguneado Unamuno? ¿El nihilismo constructivista? ¿El pasotismo ilustrado en el que crecí, embotado de conocimientos sin arquitectura ni finalidad?
En este solipsismo tan “cool” y manipulado solo veo guiños, algún símbolo que se desdibuja al acercarme, alguna frase que permite el rastro inteligente unos segundos.
Luego todo se borra y no deja nada. Solo bruma, bruma universal.