viernes, 27 de enero de 2006

Antecedente XIV (250 años y tan pichi)

Pronto brillará, para anunciar la mañana,el Sol sobre su órbita dorada.
Pronto se desvanecerá la superstición,pronto vencerá el hombre sabio.
Oh paz serena, ven aquí,vuelve al corazón de los hombres;
entonces la Tierra será un reino celestial, y los mortales serán semejantes a los dioses

Emannuel Schikaneder

martes, 17 de enero de 2006

Generalidad VIII (El futuro)

Un viejo amigo bornea en una sola mujer a todas las mujeres que vinieron y seguro que a las que vendrán. Es probable que siga así en gozosa auto conmiseración.
Otros, menos próximos, ocultan en la imprecisa y falsa sensación de aventura que se esconde en continuos viajes organizados la insatisfacción de una vida que no se sabe definir a ciencia cierta huera, pero se intuye insulsa.
- El futuro será felizmente aséptico si logramos liberarnos de lo absoluto, de lo revelado, de lo acientífico - No estoy muy seguro de que sea cierto lo que dice el tataranieto de Carolino, aquel que manejaba hábilmente los cordeles de Sender, pero por si acaso, asiento y sorbo el descafeinado de máquina con la leche templada.
En derredor peleles absurdos, mal rellenos de mijo y cebada, ascienden muy por encima de su nivel de ineficacia. Infladas con el aliento caliente de la mentira son vidas-palafito cimentadas en el lodo de la incongruencia permanente.
Pienso con otro sorbo en el hijo de uno de mis jefes que se acostará de nuevo sin haber visto a su padre en todo el día. Pero siempre podemos comprar billetes de último minuto en Internet y huir por un ratito.
Por las mañanas bebo los cien mil millones de bacterias benéficas y escucho sin gran atención los muchos cantos revelados de la ortodoxia y sonrío frente a la inexistencia de misterios, de miedos. Al menos, ayer pude encontrar el Orfeo Negro en dvd. Y eso que no consigo encontrar el Ran.
Que dulce isla de miseria sentirse un poco superior. Podridamente solo, rodeado del olor dulzón de la muerte, pero superior. Ya llegareis, renacuajos, larvas, perseverad en el salto. Solo uno llega, mis pequeños espermas.
Nada existe fuera de las vidas-resort. Sed diferentes. Ahora lleváis Vans, Dickies, Wethepeople… Mojitos y sodomía mental. Revolucionarios con american express.
- La incertidumbre y la imprecisión como parte constitutiva de lo humano, se eliminará – Al oírlo, creo que seremos un poco más idiotas, pero menuda diferencia a la hora de dormir por las noches. Que se quite el látex.
El egoísmo nos edifica altares. Oficiantes y dioses menores. Somos y todo lo demás es en relación a nosotros. Nos seduce lo que nos engalana, lo que nos agasaja. ¡Que nos prendan incienso! ¡Que nos inmolen bueyes!.
Tras sentirnos mejor, tras la defecación pacificadora, la pedrada al hermano, la estiba al personal, la crítica hecha con incisivos.
Al fondo las seudo utopías que flotan en el viento en este principio de milenio con un vago perfume de ecología aventada con humo de canuto.
Daremos rienda al mito del monarca oculto. A cualquiera de ellos. Volveremos de las sombras, en la resurrección final, montados en nuestros caballos con las espadas muy rectas en nuestras manos. Entonces volverá la gran guerra.
Y habrá tanta sangre que los caballos mojarán sus crines en ella.

lunes, 2 de enero de 2006

Generalidad VII

Cuando naciste, creo que recordar que era invierno. Pero no estoy seguro, porque para ser totalmente sincero no estuve presente y lo tuve que vivir todo mucho después por recuerdos ajenos, vicarios y mercenarios como los saperos. A pesar de todo ello, quiero imaginar que sería uno de esos inviernos de Pincia de los que ya son difíciles de encontrar, de esos en los que la niebla apenas levantaba al mediodía y en los que costaba ver al otro lado de las estrechas calles y daba un poco de miedo efervescente cruzar por aquello que decían las abuelas de los coches que venían como locos.
Pero yo prefería estos días sobre todos los demás del año porque me permitía, ser miserable e inseguro, enmascararme y pasar un poco como trasgo o fantasma o cosa pareja. Siempre hemos preferido el invierno porque todo en él nos permite ocultarnos y desaparecer, como escondidos entre algodones de niebla. Escribir nunca ha dejado de ser una máscara más.
Acababa de comenzar como decía diciembre y los geranios de mi madre recién terminaban de helarse. Más tarde aprendería que si los cubría con aquellos plásticos transparentes, pobre y doméstico remedo de invernadero, aguantaban bien hasta la primavera tardía. Pero sería más tarde como digo. En casa todos esperábamos que nacieses cerca del día de la lotería. Suponíamos que algo así traería suerte a toda la familia, pero al parecer tú ya intuías que no serías apasionada del juego y decidiste, sin encomendarte a nadie, adelantar la fecha en una de esas decisiones tuyas tan particulares en las que no comentabas con ninguno tus decisiones. Por joder un poco, vamos.
Es verdad, decías, que cuando se está de rodillas, las cosas parecen más cercanas. Es cierto también, que tras de mi hay hoy una joven comiendo un bocadillo de aspecto nada apetitoso. Pero nada de eso tiene que ver con lo que estaba contando y al parecer me aleja de lo que quiero decir si es que no pretendo simplemente llenar el folio en blanco y desprender la costra que presiona la vena cava de esta nostalgia no siempre bien entendida.
O tal vez sí tenga que ver porque forma parte de la misma realidad que me ha impulsado a escribir sobre ti en este momento concreto. - Los aparatos de aire caliente están estropeados- dice el encargado y el joven mellado que ríe tontamente y lleva un delantal que debió de ser blanco dice que no pasa nada, que es normal y que ya se arreglarán solos. Mira que me extraña eso de que se arreglen solos, pero nadie quiere discutir en un día como hoy. Y yo menos que nadie, la verdad.
Y el folio se puebla otro tanto sin que a casi nadie importe o aproveche.
Al pensar en aquellos días en los que nos reuníamos todos cerca del Ángela me parece recordar que ya me sucedía un poco lo que con el paso de los años se acrecentaría aún más: Este tonto afecto hacia lo triste, hacia lo mórbido, hacia lo desangelado. La música, el cine, los libros potentes, tonantes y profundamente sombríos, descarnados, solitarios, me gustan de manera inevitable. Me mesmerizan y aunque me sonroje, me río al constatar que me gusta. Flipante. Es más, el resto me produce vergüenza ajena y ganas de lanzar algo al altavoz o al escenario de turno. Como dicen los clochards de Astrud el resto me parece una mierda. Es verdad que algunas comedias me entretienen, pero en el mejor de los casos suelen dejarme indiferente, salvo que tengan algo de ese humor corrosivo, de vinagre. Humor módena podríamos decir a vuelapié medio snob medio bobo-cool. Que diferente todo esto de aquella última melodía increíble, cuando arrancaba lo de “non prestare orecchio alle menzogne, non farti soffocare dai maligni, non ti nutrire di invidie e gelosie”. Toma nota y persigue las referencias del laberinto.
Aquella protección invisible que guió mis pasos en los últimos años se había acabado definitivamente. Lo que vendría, el porvenir, permanecía en la penumbra de los cuartos cerrados durante años, plena de polvo en suspensión y de olor a moho. Así iban las cosas mientras tanto. Tirando en el mejor de los casos.
En ello andabas cuando cumpliste los treinta y cuatro o treinta y cinco sin enterarte. ¡¡Catapún!! Con el estruendo de las cosas que se derrumban. Hacía años que no sabíamos el uno del otro. Estabas estudiando en Bruselas aquel extraño curso o postgrado o master o cosa similar que nadie entendía pero que todos sabíamos que era una forma como otra cualquiera de escapar de una realidad que no dominabas o que no querías hacerlo. Nunca quisiste en cierto modo. ¿No es verdad Galipolli?
Cuando nos vimos finalmente habías cambiado de piso varias veces desde que llegaste. Vivías al lado de la estación de Alma. Me encantaba aquella estación y más aún que la estación, su nombre, que para los no iniciados en el castellano y sus misterios seguramente pasase desapercibido. Seguro que eso te hacía sentir algo especial y estreptocoquiana y todas esas cosas que decías odiar, pero que te pasabas la vida buscando.
Recuerdo que compartías un piso enorme en el que tenías una habitación minúscula de techos altos con otras tres personas: Lía, la brasileña rubia que desconocía que era una samba y que vivía fascinada por una Europa inexistente o más en concreto por el lujo inexistente de las marcas europeas; Félicie, una francesa kilométrica blanca como la leche, delgada como un junco, etérea como una mentira que todavía no ha sido descubierta. Y aquel chico galés de aspecto triste que masticaba tabaco como si acabara de salir de una película de Leone y que aporreaba una fender por las noches como si dependiese de ello el pago de su alquiler. Trash jazz lo llamaba él. No digo que no, tampoco entiendo tanto, la verdad.
Y en medio del marasmo, del naufragio, estabas tú, tan frágil y tan terrible. Con tu palidez hecha de noches insomnes.
La casa era un tremendo maremoto en el que la gente entraba y salía, entraba y salía, entraba y salía. Pero parecía que nadie, salvo tú, viviese en ella de continuo. Por los pasillos una muchacha que vendía puzzles de madera en puestos callejeros tomaba café de sobre con un doblador de series al valón para una televisión local; en las salitas infinitas un profesor de inglés que escribía pequeñas obras infames de teatro hiper realista conocía a una veterinaria con miedo, como tú, a los gatos y algo más lejos un consultor con vergüenza a hablar en público, un operador de turismo que no había salido jamás de Bélgica y un estudiante de económicas ácrata y aficionado a jugar en bolsa que repudiaba el capitalismo los miércoles, compartían una película subtitulada que ninguno entendía demasiado.
Me preguntaba cuantos de esos sueños compartías y forzabas tú misma a crear con tu sola presencia.
Tu vida se reducía a la clase de literatura medieval comparada, a preparar la comida en la enorme cocina de aquella enorme casa, a fumar algún que otro porro de la hierba suiza que traía Lía envuelta en sus bragas para lavar y a escuchar la absurda música (trash jazz) que componía el no tan absurdo galés.
Al ir a escribir sobre estos días que aún no han llegado, pero que espero sean como los describo, para cerrar este círculo en el que temo o no sé si temo realmente que pasaré lo que reste, medio feliz, medio triste. Considero que dar vueltas por los caminos vacíos de la memoria no es cosa saludable para el pecho y que el falso y frágil equilibrio que se percibe no es cierto y trae a mi pensamiento un deseo de ayer que daba ya hoy por muerto o al menos mudo y ciego. Se percibe como siempre, al fondo del proscenio, la eterna lucha entre el sexo y la castidad de la que habla Manlio y canta Franco. Dejaré escapar el tiempo actual con las excusas de siempre y las cómodas condiciones del rigor indolente para levantarme y para caer de nuevo entre la vida y el sueño. Viviendo.