lunes, 4 de diciembre de 2006

Escena lumpen para drama urbano inconcluso

Ha dejado de llover a media tarde. Lo ha hecho ininterrumpidamente durante todo el día y el suelo esta encharcado. El aire huele a humedad. El último sol del día brilla con una débil luz naranja tras los altos edificios de la ciudad que se ve a lo lejos.
El cuarto donde se desarrolla la escena es toda la casa y la cocina convive con una televisión encendida sobre una lavadora con la puerta de carga entreabierta. La mujer está sentada en una silla de jardín de plástico y mira hacia la calle a través de los sucios cristales de una vieja ventana de madera descolorida. Da chupadas nerviosas a un cigarrillo y deja caer despreocupadamente la ceniza al suelo de la destartalada casa molinera. La mujer no es fea y es más joven de lo que aparenta, tal vez esté un poco astrosa y algo delgada, pero tiene una elegancia innata en sus miembros largos.
Cuando el hombre entra en la pieza ella no se inmuta, parece estar esperándole y no dice nada. Ni siquiera le mira cuando empieza a vocear al tiempo que tira estrepitosamente el manojo de llaves sobre la mesa de formica.
- Me cago en mi puta vida. A mí nadie me pasa una papela chunga porque lo dejo tieso. Cuando no tengo jaco me apaño con rulas o con un canuto y a vivir, como todos. Pero yo soy legal. Yo no paso fules. Yo no voy jodiendo.- El hombre tiene unos treinta años y el pelo descuidado y sucio. No es muy alto y es un poco cargado de espaldas. Lleva un vaquero desgastado y una cazadora. Saca un cigarro, le quita el filtro, lo lanza a una esquina y tira de zippo. Pasea fumando por la habitación como un perro con sarna. La mujer todavía no le ha mirado. De pronto comienza a reír sin ton ni son, con grandes carcajadas, pasando del enfado a no se sabe bien el qué, pero que asusta un poco por lo inopinado.
- ¿Te acuerdas del Puchas? Siempre se meaba de risa cuando le daba el vámonos a alguna de sus jais.- Fuma con caladas largas durante unos instantes y vuelve a reír con estruendo, tanto que termina tosiendo feamente. - Era un tío legal, el Puchas, joder. Y no la mierda de julandras que hay ahora.
El hombre abre la nevera y saca una lata de mahou. Bebe a morro y vuelve a hablar agriamente.
- Para colmo, salgo del hotel y veo que el puto Langui me ha chorao la moto. Me jode porque la necesito para trabajar y no puedo tenerla a pachas. Le debo tela y sabe que no abriré la múa. - Calla y mirando a la mujer de golpe la encana con ella. – De todas formas pareces julas. Podrías haberla llevado a casa de tu madre-
La mujer calla un segundo y responde sin dejar de mirar afuera como lleva haciendo todo el tiempo. – No se me ocurrió.
El hombre la mira con desprecio. – Eres una gilipollas.
- Hay que ver como se te calienta el morro cuando te has puesto a gusto.- La mujer sigue sin mirarle mientras le habla y eso hace que el hombre estalle y se acerque levantándola la mano.
- Mira con quien te gastas el jero que te parto el alma.
La mujer se levanta finalmente de la silla y le encara. Es algo más alta que él. El hombre mantiene la mano en alto pero se para y no hace nada.
- Que me vas a hacer desgraciado. Siempre has sido un jambo con planta pero no has valido un zurullo. Ni con una pipa has tenido huevos de encanar a nadie. Luego llegabas a queli y terminabas dando la del pulpo a la pobre tonta que te esperase. – La mujer se sienta otra vez y deja de mirarle otra vez mientras habla. – Mi hermano ya me había puchado que eras una maricona. Solo tienes mano para pegar a las mujeres.
El hombre baja la mano, se sienta en otra silla de plástico y bebe en silencio de la lata. La mujer sigue hablando.
- Al principio estaba boba. Tan boba como las otras. Me gustaba tu chanela. Nadie me habló así antes. - La mujer cambia el tono, se gira y sin mirarle, habla recordando, queda y blandamente.- Me pasabas a buscar en un tequi tangado, era un osito rojo de los viejos, pero maqueado, muy guapo, con unos tubarros grandes. Todavía me acuerdo. A mí me encantaba. Íbamos al cine, nos liábamos unos puerros y terminábamos dándonos la chapa detrás de la valla del lavadero de la gasolinera.
La mujer parece triste y se ha puesto un poco sentimental, pero no llora. La mujer parece no haber llorado nunca. La mujer es de leño. Mira a la calle donde conviven los sanquis y los beemeuves robados o no. Una abuela quita los mocos a un cani que berrea a modo. Un perro se rasca tras la oreja sentado en el anca contraria.
- ¿Y ahora que?. Estoy carri, seca, bien jodida. Muchos días no tengo ni para comer, me vienes del trullo lleno de chugales y encima me das la barba. Estoy harta. Cansada de los trapicheos, de darme algún tiro el fin de semana que viene bueno, de trajelar juntos, de que te triquen. De no saber cuando vuelves. De dormir con pipa para no sentirme sola. De vivir de la uña. – La mujer hace un silencio largo, enciende otro cigarro y dice una cosa más. – Te voy a dejar, Antonio.
El hombre se levanta, se sube el vaquero desde la cintura, se rasca en la entrepierna que carga a la izquierda, trinca las llaves y camina hacia la puerta de la calle.
- Me voy donde el Chino. Haz lo que te de la puta gana. No tengo el cuerpo pa orcatas.
El hombre cierra la puerta de un portazo y enfila el bareto. La mujer apura el cigarro y mira aún hacia afuera donde ya casi no se ve nada porque no han encendido tavía las farolas. En la televisión James Mason hace fotos a unos planos en la embajada británica de Ankara. La mujer aplasta el cigarro en el cenicero de propaganda, suspira y finalmente, se pone en pie.

Telón.