lunes, 28 de mayo de 2012

La Dilapidada Vida de Simón Cuchito (Capítulo 31)

Queridos hermanos, en esta carta os digo que si tenéis el coraje de venir hasta acá y de soportar el viaje en barco, traed vuestra batería de cocina, panera, vajilla, tinajas, mantequera para fabricar manteca, dos pecheras de caballos, y si fuera posible, un buen carro, y las cosas de la herrería de padre: fuelle, yunque, martillos y tenazas.

Os aconsejo además traer rastrillos de madera, garlopas y sierras a una y dos manos, una criba para ahechar el trigo, un colador para la ropa, un recipiente para la leche, carritos para la leche, una pintura para hacer el queso; traed además toda clase de semillas para jardín, y de flores, y toda clase de semillas de árboles frutales.

Eso es todo. Como Adela me había preguntado a mi partida si podía traer su sombrero, diré que sí, que puede traerlo porque cada uno va de acuerdo con su país y su gusto; traed también los sombreros anchos que tengáis para el verano.

Termino mi carta diciéndoos que no puedo agradecer suficientemente a nuestro señor tenerme aquí y bien de salud.

Y adiós.


Cipriano Vernat.




Querido Padre:

Lamentamos saber que usted no ha estado bien cuando recibí la ultima carta de madre en la pasada Pascua. Debe cuidarse querido papá y no tomar frío. Espero encontrarlo sano y gordo cuando vaya, aunque no se cuando llegará ese día, espero que sea el año próximo, y quizás le lleve algo para mostrarle mi vida acá.

Creo que mi hermano consiguió su primer trabajo, espero que se porte bien y lo conserve. Me dicen que el de plomero es muy buen oficio, al menos en este país.

Me sorprendo cada vez que recibo una carta suya, ya que aquí no es como en Francia: a los carteros no les importa extraviar la correspondencia, y sólo por casualidad se recibe las que vienen dirigidas a la posta.

Su hija querida que le manda besos.



Edmundina Holland

jueves, 17 de mayo de 2012

La Dilapidada Vida de Simón Cuchito (Capítulo 30)

Apenas dormí aquella noche. El ruido de los hombres ensillando en la casi completa oscuridad me hizo despertar del turbio duermevela en el que pasé las horas sin luz. Hacía bastante frío y el aire era húmedo.
Las mujeres recogían en los destartalados carromatos los espetos y las sartenes renegridas sin hablar. Solo se escuchaba el golpear del metal con la madera, con el cuero, con la tierra.
Sin mediar palabra y sin jefatura aparente, se ponían en marcha en una misma dirección, desapareciendo entre la bruma ligera de la mañana. Nadie me había dicho nada, pero ensillé y monté siguiendo a los últimos.
Cabalgamos lenta, cansinamente durante horas. Finalmente nos detuvimos en un pequeño remonte al resguardo del viento. Las mujeres, otra vez, fueron las encargadas de dotar de actividad al grupo empezando a preparar algo que comer. Desmonté y me quedé apartado. Sentado en el suelo y apoyado en la silla de montar, me puse a moler  un trozo de cecina dura como una roca que llevaba bajo la silla.
Como no me habían disparado, imaginaba que antes o después vendría Gerchunoff,  como así fue. Me levanté al verle llegar.
Vamos a un lugar cerca de Esquel a recoger cabezas que llevaremos a Puerto San Julián. Serán unos dos meses. El que nos llevaba las cuentas se quedó atrás en Bariloche. Si te interesa viajar el sur con nosotros este es el trato. Llevarás los números y escribirás cartas para quien te lo mande. Tabaco y comida. No hay paga. Y en el Puerto cada cual su camino.
Me interesa.
Me miró de arriba abajo como si me viera por primera vez.
Gachupín, no sé lo que buscas y no me interesa. Haz lo tuyo y no busques pleito. Mis hombres matan si beben. O si no, a veces, también.
Lo haré.
Comenzó a deshacer el camino y sin dejar de andar me habló otra vez.
Ven a tomar un mate caliente.
Y llámame Gerchunoff. Como todos.